No sin nuestros hijos
Drama, Reino Unido-Francia, 2009, 87 minutos. Dirección y guión: Rachid Vouchareb. Fotografía: Jérôme Alméras. Música: Armand Amar. Intérpretes: Brenda Blethyn, Sotigui Kouyate, Roschdy Zem, Sami Bouajila, Bernard Blancan, Marc Bayliss, Gareth Randall. Cines: Plaza Mayor y Rosaleda.
London River es una de esas películas cargadas de buenas intenciones y sentimientos humanos que uno ve venir de lejos a los cinco minutos de que arranquen, nueva muestra del triunfo del realismo blando y sentimental que, desde las bases de cierta tradición europea (británica para más señas), ha conseguido implantarse en los mercados de cine alternativo con viejas estrategias de seducción camufladas y servidas al gusto de nuevos públicos concienciados.
Ambientada en los días de los atentados terroristas de 2005 en Londres, la película del realizador franco-argelino Rachid Bouchareb (Little Senegal, Indigènes) se centra en dos padres solitarios que buscan a sus hijos, con los que apenas tenían relación, desaparecidos justo en las fechas del suceso. La madre (Blenda Blethyn) es una mujer viuda de mediana edad que vive en el campo dedicada a su huerto y a su casa. El padre (Sotigui Touyaté, fallecido recientemente), es un anciano inmigrante malí que busca a su vástago, al que no ve desde que era un niño, para devolverlo a casa con su madre tras una promesa.
Inevitablemente, fruto de un guión facilón y caprichoso, ambos acabarán por cruzarse en las calles de la misma manera que sus hijos, lo iremos descubriendo poco a poco, también habían cruzado sentimentalmente sus vidas. El periplo argumental y el crescendo emocional devienen, a partir de entonces, más previsibles todavía: del recelo y el rechazo inicial (ella es una blanca de clase media recelosa, él un negro musulmán tranquilo y misterioso), nuestros personajes pasarán a la tolerancia, la comprensión y la ayuda mutua, tal es la clara lección conciliadora que Bouchareb pone sobre la mesa a propósito de la superación de prejuicios y la necesidad de comunicación en las nuevas sociedades multiculturales.
Para que todo, diseñado con bastante tendencia a lo didáctico, parezca más auténtico y desgarrador, el director lo reviste de ese estilo pseudocumental a lo Ken Loach, seña de identidad visual de un realismo social que para muchos pasa por ser garantía incuestionable de verdad. Desgraciadamente, un servidor le ha visto las costuras al asunto desde el primer momento, y ni tan siquiera puede ya contemplar a la gran Brenda Blethyn, paradigma de la actriz de raza capaz de remangarse lo que haga falta, con los mismos ojos de otros tiempos.
También te puede interesar