
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Rictus de tormento
Voy sobrado de sobrinos. No es lo mismo que ser padre, pero también conlleva un reguero de preocupaciones. Y aunque deben crecer con la libertad de cometer sus errores y dibujar su camino propio, no me gusta el telón que estos tiempos les han puesto a sus performances. Reguetón, Instagram y estereotipos sociales, la santísima trinidad que amenaza el futuro de sus valores.
A evitar el daño de Disney ya no llego, a otros puede. Si me preguntan, sí les contaría lo de la media naranja. Que buscarla implica asumir que tú eres otra mitad, cuando todos somos completos por nosotros mismos, sin necesidad de nadie para reconocernos felices; y tampoco se puede cargar a otra persona la responsabilidad de completar lo que creemos que nos falta. Les diría que una media naranja se pudre a la intemperie. Que una naranja entera no deja de ser lo que es por estar sola, junto a otra, en una cesta o una malla. Les contaría que hay naranjas que parecen serlo, pero en realidad son pomelos, y que no lo sabrán hasta que lleguen a su interior (que es cuando se aprende a entender a una persona y a saber si es bonita o fea), y comprendan que bajo las mismas pieles hay almas de otros colores y sabores diferentes.
Les intentaría definir cómo son todas las frutas. Y me detendría en la manzana para explicar que quizá Eva fue la primera pecadora y no Adán porque la Biblia la escribió un hombre. Puestos a contar esa historia, les enseñaría antes cuál es la naturaleza de las serpientes, les hablaría de esas empresas que hacen fortunas diseñando árboles de frutos prohibidos y les advertiría de todos esos viperinos que están esperando a señalar a quien ose salirse de lo establecido, y a ponerles la etiqueta de pecadores solo porque ellos nunca se habrían atrevido a hacerlo. Les diría que esta es una historia contemporánea dentro de la ficción que es la Biblia.
Es más, puestos a elegir una forma para el amor, no hablaría de frutas, sino de árboles. Los árboles echan sus raíces fuertes y sólidas, con los pies en la tierra. Su savia circula libre y viva bajo una corteza fuerte que les protege de tantas agresiones, despliegan sus ganas con ramas fuertes y hojas preciosas expandiéndose en toda su magnitud. Mudando el color según su estado de ánimo. Invitando a compartirlas con otros seres. Y asumen que sus frutas se acabarán cayendo, porque así es el ciclo vital, pero otras frutas vendrán a ocupar ese hueco. Y nadie imagina un bosque o un parque de medios árboles. Ah, y nada de hilos rojos, que algo tan tangible como el cordón umbilical es lo primero que se corta al nacer y, sin, embargo esa especial unión de la madre con su hijo/a se mantiene de por vida. Que comienza con las lágrimas de ambos, y esa es la manera más natural de llorar por amor.
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