Mucho se ha hablado en los últimos meses de los cambios que vendrán tras el shock de la pandemia. También hay escépticos que creen que nada cambiará y seguiremos inmersos en ese mismo caos que renunciamos a ordenar. Aunque los datos objetivos de la situación sean extremadamente preocupantes, nos han devuelto la esperanza en nuestra capacidad para salir adelante los ejemplos de solidaridad, de civismo y, sobre todo, la heroica entrega de los que han estado en primera línea en los momentos más dramáticos del combate contra la Covid19.

Pero algunas cosas empiezan a dar la razón a los que presagian un mundo distinto. Un ejemplo es el debate en la UE sobre la forma de afrontar la crisis que se avecina, entre las medidas de política económica procíclicas y las medidas anticíclicas. Parece un tecnicismo, pero ese antagonismo contiene una sustancial diferencia de carácter político. En estos días se ha recordado a Alexander Hamilton, cuya propuesta tras la guerra de independencia de financiar las deudas de los estados por el gobierno federal resultó decisiva para la construcción de los EEUU como nación. Obviamente no es lo mismo, pero sirve para ver el inmenso valor político de determinadas decisiones aparentemente sólo económicas o financieras. En este momento en la UE no se trata tanto de dilucidar si tienen razón ahora los keynesianos o la tenían en 2008 los neocon: la importancia de lo que se negocia radica en que las medidas de política económica que se acuerden resultarán decisivas para el futuro de la UE. En España, el PP se alinea con quienes priorizan la consolidación fiscal y comparte la visión moral de los países del norte, partidarios de la condicionalidad de las ayudas. Eso que en la anterior crisis llamamos austericidio. Cuando Felipe González negociaba en Europa los Fondos de Cohesión, Aznar lo llamaba pedigüeño de forma despectiva. Ahora Casado, como no podía ser de otra forma, se mueve más o menos en esa línea. Ni entonces ni ahora tienen razón. Cuando, desde los países del sur, se piden medidas como la mutualización de la deuda, no es sólo para reclamar solidaridad, sino como una consecuencia lógica y necesaria de la decisión de compartir una misma moneda. La nueva forma de mutualización que se negocia ahora es un importante elemento nuestra realidad política que podrían efectivamente cambiar a partir del choque de la crisis de la Covid19. Por algo se empieza.

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