Parece evidente que los independentistas catalanes contra Rajoy vivían mejor. El inmovilismo a ultranza, la parálisis política y la exclusiva remisión al estricto cumplimiento legal, sin ánimo de modificación alguna, era una perfecta argamasa para mantener unido al movimiento secesionista desde la CUP a la desaparecida Convergencia. Esta actitud era la mejor forma de alimentar el victimismo y agrandar su particular martirologio. Ahora, ante la nueva política iniciada por el Gobierno socialista empiezan a aparecer discrepancias en lo que parecía un grupo monolítico. Esquerra, que parece más proclive al diálogo y a la negociación, comienza a distanciarse del sector mayoritario del PdeCat, que apoya a un Puigdemont cada vez más imbuido de un mesianismo personalista. Y la CUP, como era de esperar, está atrincherada en la primera barricada que ha encontrado, tachando de autonomistas confesos a todas las demás formaciones políticas. Por ahora son fisuras que tratan pudorosamente de ocultar, pero que cada vez parecen más evidentes.

A pesar de que este panorama es real sería un error pensar que esta iniciada división pueda ser la causa de un claro enfrentamiento que dé al traste con el actual frente soberanista. No es probable que esto ocurra, como tampoco que las conversaciones iniciadas esta semana en la comisión bilateral Gobierno-Generalitat culminen con un éxito inmediato que pueda enterrar el enfrentamiento institucional. Es cierto que la existencia de estos encuentros y el compromiso de continuarlos en septiembre son datos alentadores por más que el propio portavoz de la Generalitat pretenda ocultarlo. Pero ni cabe dar rienda al optimismo ni se puede caer en la tentación de esperar una solución rápida. Es evidente que en este proceso iniciado surgirán dificultades y retrocesos y desplantes y desaires. El inmediato otoño puede ser un campo sembrado de minas, como las celebraciones y conmemoraciones que los separatistas tratarán de aprovechar para exteriorizar sus discrepancias y demostrar su fuerza. El proceso iniciado es todavía frágil y el resultado final no está garantizado, por lo que los agoreros tendrán su oportunidad de lucimiento a corto plazo. Pero lo cierto es que sólo existe un camino que ya se ha empezado a andar y que hay que intentar culminar, pese a los contratiempos que se esperan. No hay otra alternativa. O al menos nadie ha propuesto otra solución viable sobre la mesa.

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