Chúpate esa, cuñado

La paz social solo es posible si los desgraciados aceptan que merecen ser unos desgraciados

Estos días todo el mundo anda haciéndose la misma pregunta: ¿habré sido bueno? Y todos además con el mismo propósito, saber si recibirán una recompensa a cambio. Esta es una regla básica no solo de nuestra educación y nuestra sociedad, sino de toda la Historia. Si te portas bien y haces lo correcto, recibirás un premio que hará que merezca la pena. Todo nuestro mundo orbita alrededor de ese pilar fundamental, la responsabilidad de tus actos. Tenemos el trabajo que merecemos, el estatus que merecemos, el país que merecemos y hasta los michelines que merecemos. Si la cosa te va bien, es una recompensa, y si la cosa te va mal, es un castigo. Ese es el motor sacrosanto que mueve el mundo, si quieres más tienes que esforzarte más. Si tienes poco, es que te has esforzado poco, y debes avergonzarte.

Y sin ese principio el mundo iría a la deriva, nadie querría esforzarse ni portarse bien, y esto sería Sodoma y Gomorra. Si todos los niños, buenos y malos, recibieran regalos, ningún niño querría ser bueno. Y eso es tan obvio como falso, porque hasta yo tuve un Scalextric y una bicicleta. Pero es una mentira valiosísima, porque es esa mentira la que mantiene el orden. Hannah Arendt decía que el origen de la violencia no es la privación ni la desgracia en sí, es la sensación de injusticia, de no merecer esa desgracia. En España tenemos cuatro millones de parados, y si consideraran que no merecen ese castigo tendríamos un gran problema. La paz social solo es posible si los desgraciados aceptan que merecen ser unos desgraciados, y cualquiera que intente hacerles ver lo falso de ese principio es inmediatamente demonizado. El propio Cristo, tan de moda también estos días, fue ejecutado por hacer política para los desgraciados, por cuestionar ese principio. "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios", Lucas 6,20. "¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre", Lucas 6,25.

¿Tenemos lo que nos merecemos? Esa es la gran pregunta de la Historia y de la política, no solo estos días. Y para que el mundo ruede es necesario que usted acepte que merece una corbata horrenda y su cuñado, sin embargo, un iPad. Aunque, eso sí, al menos tendremos de nuestra parte al Evangelio, "¡ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto". Chúpate esa, cuñado.

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