Postales desde el filo

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Reaccionar hablando sobre la necesidad de poner límites a la libertad de expresión no es buen síntoma

Si el presidente del Gobierno se enfrenta al dilema, de soportar las presiones para que cese a su ministra -por sus sonoras imprudencias en la sobremesa de una cena celebrada hace nueve años- o ceder ante el chantaje al Estado del siniestro Villarejo, no sólo tiene un problema Sánchez: también lo tiene el país. El ex comisario es el villano de un cómic de superhéroes. Su aspecto recuerda a Pingüino, el malvado que interpretó Danny DeVito en Batman Returns de Tim Burton. Su arsenal de excrecencias reunidas en sus muchos años de "servicios" al Estado no tiene parangón. Tampoco su ilimitada capacidad de hacer daño a las instituciones y a las personas. El Gobierno hace lo correcto negándose a aceptar el chantaje. Aunque su capacidad de resistencia sea tan limitada como su apoyo parlamentario: en un país en el que escandalizarse es el primer deporte nacional, seguido por el fútbol, un escándalo mediático tras cada entrega del villano puede acabar resultando letal. Reaccionar hablando sobre la necesidad de poner límites a la libertad de expresión no es buen síntoma. No es la mejor idea enredarse en cosas tan intocables como la libertad de expresión. Aunque el periodismo debería reflexionar sobre el uso que hace de ese sagrado principio de la democracia.

Hablando de basura. En una reciente entrevista, la ex secretaria de Estado Madeleine Albright hacía la siguiente definición de fascismo: "un fascista se identifica como miembro de un grupo tribal y dice que ese grupo encarna una nación. Un líder así hace todo lo posible por dividir a la gente en lugar de unirla". Algunas personas, no necesariamente independentistas, consideran ofensivo utilizar la palabra fascismo para calificar el procés. Es posible que tengan razón, empleamos el término con demasiada ligereza. Sin ir más lejos, ellos lo utilizan habitualmente para referirse a los no independentistas. Quizás deberían poner menos empeño en encajar, como anillo al dedo, en la precisa definición de fascista que hace Albright. Aunque lo pueda parecer, no se refería en concreto a Puigdemont. De nuestro independentista en fuga sí ha dicho recientemente el historiador británico Anthny Beevor: "parece un hombre tan capaz como Montgomery (el funesto general inglés) de realizar al tiempo dos tareas importantes: hacer méritos con guiños patrióticos para ser adorado por una gran fracción de sus conciudadanos, mientras les conduce al desastre". Lo dicho, cosas.

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