Cuarenta años ya

Es legítimo conmemorar con entusiasmo aquel periodo extraordinario del socialismo español

Mis recuerdos de la victoria socialista de aquel 28 de octubre de 1982 pertenecen al edulcorado mundo de la nostalgia. Fueron días de votos y rosas en los que nada podía empañar la previsible victoria socialista. España era una sociedad expectante e incierta, rodeada de esperanzas y temores todavía no desechados. Precisamente fue en Málaga donde Felipe González, media hora antes de empezar el mitin de campaña, conoció el intento de golpe de estado que se preparaba para la jornada de reflexión. Fue, por tanto, un acto tenso en el que los intervinientes nos esforzamos por no trasladar al entusiasmado auditorio la gravedad de aquel hecho. A pesar de todo, el país parecía más esperanzado que temeroso, y ni siquiera la amenaza golpista pudo evitar la amplísima victoria socialista.

Es cierto que el partido era otro, distinto al actual, como diferente y distinta era España, su sociedad, sus ciudadanos, sus reivindicaciones y sus costumbres. La razón de la pervivencia más que centenaria del PSOE ha sido precisamente saber conectar en cada momento con los sentimientos y anhelos de gran parte de la sociedad y, respetando la base esencial del socialismo democrático, ha intentado dar respuesta a los planteamientos de libertad y justicia de la sociedad de cada momento. Distinto es el partido de hoy del de hace 40 años, como distinto era aquel desde el de antes de Suresnes, igualmente diferente al del periodo republicano.

Es legítimo conmemorar con entusiasmo aquel periodo extraordinario del socialismo español, que significó un espectacular avance de modernidad, justicia y libertad para este país. Es buena la memoria y la nostalgia, aunque en este tipo de celebraciones siempre acecha algún peligro. Por un lado, un exceso de añoranza mal digerida nos puede llevar al equivocado criterio de que es posible volver a los tiempos pasados y mantener la equiparación de uno y otro como la única fórmula de medir el éxito o el fracaso. Los momentos pasados no vuelven, ni pueden ni deben hacerlo, y las comparaciones siempre serán frustrantes. La otra cara de esta celebración es asistir al penoso espectáculo de ver cómo determinados políticos, opinadores y medios de comunicación que criticaron sañudamente a los protagonistas de aquel periodo llamándolo felipismo o cesarismo felipista, ahora se deshacen en alabanzas y elogios como pobre coartada para criticar a los actuales líderes. Pero esta mezquindad histórica, que siempre expresa miseria moral, es desgraciadamente inevitable.

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