Las elecciones de la Comunidad de Madrid son a España lo que las de USA para el resto del mundo: que sabemos más de ellas que de las nuestras. En el primer caso es perfectamente comprensible ya que, según Ayuso, Madrid es España dentro de España. De tal forma que la dirigente madrileña no hace campaña frente los candidatos de los otros partidos, sino que ha convertido al presidente del gobierno de España en su antagonista electoral y al que dirige todas sus invectivas. Se trata de excitar al máximo la polarización, confiando en el potencial movilizador que entre sus electores pueda tener el visceral rechazo hacia sus adversarios. Confiando más en el poder del odio que en el de la simpatía. Ayuso y sus asesores creen que la presencia de Iglesias tendrá un efecto beneficioso para mover a sus votantes más indecisos y que añadiendo además a Sánchez en la ecuación (invocando así el eje del mal) ningún elector de derechas se quedará en casa. Si aciertan, y consiguen que todo el voto conservador y antigubernamental vaya al PP, se pueden quedar sin pareja de baile para la investidura. Si, como dicen las encuestas, la mayoría absoluta no la tienen tan al alcance de la mano como pensaban cuando convocaron las elecciones. Eso si que sería morir de éxito. No sería Ayuso la primera en pasarse de lista convocando unas elecciones por razones estrictamente partidistas.

Convocarlas caprichosamente en plena pandemia es un enorme desatino. Aunque es probable que en mayo hayan mejorado las cosas y no tenga un efecto tan distorsionador como en las catalanas, donde se abstuvo casi la mitad de su electorado. Algo que no ha impedido al bloque ganador (con 1.360.696 votos de un censo de 5.624. 067 electores) apropiarse de las instituciones y permitirse poner en la presidencia de su parlamento a una verdadera agente del caos. Dado el clima guerracivilista que nos domina, y que amenaza convertirse en leitmotiv de la campaña madrileña, viene a cuento citar a José Luis Pardo que en "Estudios del malestar" sostiene que la transición no fue solamente de la dictadura a la democracia sino de la guerra, dilatada en forma de posguerra durante treinta y seis años, a la paz y que terminó un día (de 1996) cuando un candidato de la derecha fue nombrado por el parlamento presidente del Gobierno de España. Me pregunto, viendo el carácter trumpista de la derecha madrileña de hoy, si esa idea sigue teniendo validez.

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