Los conservadores británicos han obtenido un triunfo arrollador: con una modesta subida del 1,2%, respecto a los votos obtenidos por Teresa May, suman cuarenta y ocho escaños más y consiguen una inapelable mayoría absoluta. Cosas del sistema mayoritario…. para que nos quejemos del nuestro. Aunque Corbyn, perdiendo 59 escaños, también ha puesto de su parte. El candidato conservador ha cosechado un buen número de votos en las zonas obreras, entre los antihéroes de las películas de Ken Loach. La radicalidad del programa laborista no ha conmovido a muchos de sus votantes, que parece que odien más a la UE que a sus enemigos de clase. El populismo suma y sigue. La explicación canónica vuelve a ser la desconfianza en la política tradicional. A pesar de que, en las encuestas previas, muchos ciudadanos afirmaban que votarían a Johnson aunque no les inspirase la menor confianza. Qué otra cosa se puede decir cuando se vota a un mentirosos compulsivo. Lo bueno es que el resultado despeja todas las dudas sobre el Brexit. Aunque está por ver si eso no será también lo malo. La sociedad británica sigue igual de dividida que cuando se celebró el referéndum del Brexit y del resultado de estas elecciones se podrían derivar conflictos territoriales en Escocia e Irlanda del Norte.

A pesar de todo, produce envidia que los británicos hayan dado una mayoría tan contundente a uno de sus partidos tradicionales. Veinticuatro horas después, tras obtener el protocolario permiso de la reina, el ganador de las elecciones se dispone a formar gobierno. Aquí en cambio seguimos el largo y tortuoso camino hacia la investidura. No parece, cerrado el acuerdo con UP, que para completar la mayoría necesaria Sánchez tenga más opción que negociar con ERC. En el actual contexto político, las otras posibilidades difícilmente se podrían llevar a la práctica. En las encuestas preelectorales la mayoría se inclinaba por una coalición de PSOE, UP y nacionalistas, aunque con independentistas los apoyos bajaban sensiblemente. El problema de Sánchez es que cualquier relación con el independentismo es tóxica y nada bueno cabe esperar de ella. La situación es bastante endiablada y algunos dirigentes territoriales del PSOE empiezan a inquietarse. Teniendo en cuenta el fiasco de la convocatoria electoral, ahora, por muy legitimada que se sienta la dirección socialista, me parece un error no someter a debate interno una decisión de esa envergadura.

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