En la gestión de la crisis sanitaria hay cosas que, como en cualquier casa, se han hecho bien, regular y mal. Sucede a veces, sin embargo, que de ciertas actitudes mantenidas por los responsables públicos se derivan convicciones sociales que, entre lo mítico y lo supersticioso, afloran por su cuenta y a toda velocidad (un poco lo que Francis Bacon llamó Idola Theatri; perdón por la pedantería, pero venía a huevo) sin que tal vez exista de entrada una voluntad determinante en que así suceda, con lo que hay que tener cuidado no sólo con lo que se dice, también con cómo se dice. De alguna forma se ha asumido como natural la idea de que el regreso a la normalidad constituye un éxito sin paliativos y sí, claro, con los datos del paro y la emergencia económica que sufrimos es más que deseable que la desescalada permita recuperar el consumo, las contrataciones y la actividad con el mayor margen posible. El problema llega cuando ese éxito se formula en términos de competitividad: no se trata sólo de avanzar en el tránsito hacia la siguiente fase, también de hacerlo antes que el resto de territorios, sobre todo si los gobiernos autonómicos o locales de esos competidores son de signo político contrario. A partir de no se sabe muy bien qué interpretación de la praxis política, un presidente autonómico o un alcalde tiene derecho a presumir de buena gestión si su comarca accede a la fase 1 antes que la de al lado. De las prisas de Juan Manuel Moreno Bonilla por hacer pasar a Andalucía como líder nacional de la recuperación, más chula ella que un ocho, tenemos, por ejemplo, la impresión de que la lucha contra el coronavirus es una carrera por ver quién llega antes. A nivel local, la posibilidad de que Málaga pudiera permanecer más tiempo en la fase 0 ha sido vista desde el primer día como una amenaza, especialmente desde el sector hostelero, pero también del político, dadas las posibilidades de aprovechar la coyuntura como piedra arrojadiza, más aún con opciones de moción de censura a la vuelta de la esquina.

Una interpretación racional de estas conductas sólo podría tacharlas de mezquinas. Esto nunca podía consistir en asomar antes la nariz que Madrid o Cataluña, ni en colgarse medallas, ni en apelar a cierto orgullo primario para su traducción en votos. Esto consistía, si no recuerdo mal, en amortiguar en la medida de lo posible el número de víctimas, en aislar el virus y en evitar el colapso del sistema sanitario. Pero si los responsables de la atención a los enfermos manifiestan su preferencia por la permanencia en la fase 0 en lo que a Málaga se refiere, no hay que verlo como un chasco, ni como un desmerecimiento ni como una analogía con el sufrimiento del Málaga en Segunda División, sino como un mero diagnóstico de la realidad al que convendría plegarse para que el único éxito real al que cabe apelar, el de los ciudadanos y el de las muertes evitadas, tenga su cristalización más afortunada. De manera que menos mentalidad futbolística y más razón. Complejos, al rebaño.

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