En una reciente entrevista Pedro Sánchez decía que la obligación de su gobierno es dar certidumbre: "sin caer en la euforia tampoco podemos caer en el catastrofismo". No lo tendrá fácil ya que el otoño vendrá cargado de tensiones e incertidumbres. Ningún gobierno había tenido que hacer frente a tantas adversidades como este primer gobierno de coalición de la democracia. Ni tampoco, ninguno gobernó con tanta precariedad parlamentaria. Si unimos una cosa y la otra, resulta extraordinario que se mantenga estable y que no le falten energías para acabar la legislatura. Paradójicamente ha sido la oposición, con los resultados electorales y las encuestas a favor, la desestabilizada: tras afrontar un traumático relevo de liderazgo, aún está por ver si han acertado. Mientras la figura de Casado ha desaparecido -como los disidentes del estalinismo desaparecían de los álbumes de fotos de la nomenklatura soviética- su sucesor Núñez Feijoó despierta más dudas que certezas. Se supone que venía a centrar al partido, pero no abandona el hiperbólico guion del defenestrado. Sólo lo hizo una vez, en la conferencia en el Cercle d´Economia de Barcelona, para gran cabreo de sus barones territoriales. Aunque, hace pocas semanas, incidía reconociendo en una entrevista que tenía difícil gobernar España si su partido no subía en Cataluña. No cabe duda de que este incierto otoño será una prueba de fuego más para el gobierno y para sus respectivos partidos. Pero también lo será para la oposición y especialmente para Feijoó que deberá demostrar que, si bien no es un líder especialmente carismático, tiene fuerza para centrar un partido con demasiada tendencia natural a tirarse al monte. Y, también, deberá demostrar que posee ese mínimo sentido de Estado del que carecía su predecesor. El problema es que los barones territoriales del PP, optando por la línea Ayuso, convertirán los gobiernos autonómicos en trincheras desde las que disparar a Pedro Sánchez. De tal forma que en la medida en que todos sigan elevando el tono (basta ver las comparecencias de nuestro Juanma), conforme se acerquen las municipales y autonómicas, el griterío impedirá a Feijoó dejarse oír como la voz del líder de la oposición. Sobre todo, ante unas elecciones territoriales en las que estarán en juego los intereses de su partido y los de cada uno de sus dirigentes. Un problema, este último, que también afectará a los partidos del gobierno, especialmente al PSOE.

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