Sí que es raro que, tras cuarenta y tres años, andemos aún enredados con el cadáver de Franco y que ochenta años después de la guerra civil, una cosa y otra sigan presentes como si el tiempo se hubiese comprimido. Es cierto que la discusión sobre el procedimiento es utilizada por los que se oponen a la exhumación para evitar entrar en el fondo. Aunque la gran anomalía es que un partido democrático como el PP, que se adjetiva de constitucionalista, haya sido siempre tan remiso a condenar la dictadura. Pero lo más extraño es que no dejemos de evocar lo peor de nuestro pasado. Me parece bien, como a casi todo el mundo, que saquen los restos de Franco del lugar construido por él a su mayor gloria. Habría que preguntarse si sus restos merecen mejor destino que los de los miles de españoles que mandó fusilar y cuyos cadáveres fueron arrojados a fosas comunes. Lo que me parece ridículo es creer que, retirando los restos del dictador, el Valle de los Caídos pueda ser un lugar para honrar la memoria de todas las víctimas de la guerra y de la "paz". Su arquitectura está tan cargada de significados que difícilmente la veremos como algo distinto a la infamia que quiso recrear. La monumental obra es una cabal representación del nacional catolicismo español, que es la forma que el fascismo adoptó en nuestro país. Fiel reflejo del periodo de mayor inflamación de la ridícula retórica imperialista del franquismo. Y de esa iglesia católica que llamaba santa cruzada a una guerra civil extremadamente cruenta y cuyos vencedores, que paseaban bajo palio, se aplicaron en el exterminio de los vencidos.

El problema de nuestro pasado no es, como algunos se empeñan ahora, el pacto de la transición. Es nuestra incapacidad de asumirlo, de construir un relato común que se aproxime a la verdad y que pueda mostrar la realidad de un periodo histórico exento de las pasiones y las visceralidades ideológicas. Los historiadores hicieron su trabajo y sabemos sobradamente y de forma científicamente contrastada qué pasó en la República, en la guerra y en la dictadura. Pero no parece que nos demos por aludidos: "la realidad es demasiado compleja y da demasiado miedo. Es mucho más fácil prescindir de todos los datos que no encajan en tus ideas preconcebidas y creerte los que sí lo hacen". La cita es del novelista estadounidense Nathan Hill, extraída de un texto que nada tiene que ver con el asunto que nos ocupa, pero parece que hable de nosotros.

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