Jimmy Carter durante su único mandato como presidente de EE. UU. no fue considerado un gran político, sin embargo llama la atención que nadie le niega el gran prestigio que ha adquirido en su larga etapa de expresidente. Su dedicación a la mediación en conflictos internacionales y su actitud discreta le han hecho cosechar éxitos que no logró como político activo. No es frecuente que los presidentes de gobierno, cuando dejan de serlo, sepan encontrar su papel y posición en la sociedad sin caer en excesos. En España ya tenemos un número considerable de exmandatarios que han enfrentado su jubilación política con diverso grado de acierto. El presidente Suárez, el primero de la serie, intentó prolongar su agonía política con la creación de un partido de escaso éxito (CDS) antes de retirarse con discreción y de que una cruel enfermedad le devastara la memoria. Felipe González, el de mandato más largo y sin duda el de mayor influencia política, ha mantenido un comportamiento irregular y, aunque fue él mismo el que comparó su situación con la incomodidad de los jarrones chinos, no siempre ha sabido ser consecuente con esa descripción. Su papel en la última crisis del PSOE, cuando se podía esperar que fuera un elemento de unión, optó por posicionarse con uno de los bandos en contienda, quedando ahora en una situación bastante desairada. Zapatero ha intentado mantener una presencia suave y discreta, huyendo de estridencias, algo muy propio de su talante, pero no siempre ha acertado en su papel ni ha sabido resistirse a la intervención directa.

Pero si hay un expresidente que no parece resignarse a dejar de ser protagonista ha sido Aznar. Su afán por seguir tutelando al PP y sus intentos de dirigir desde la retaguardia la política no solo le ha llevado a todo tipo de excesos, sino que ha terminado fuera de su partido y con la reprobación casi unánime de la militancia. Su actuación el pasado martes, uno de los días más delicados para el PP, criticando indirectamente al presidente saliente, obviando cualquier autocrítica sobre la corrupción y ofreciéndose como argamasa para unir al centro derecha es posiblemente la imagen más patética que pueda ofrecer un ex. Ni rastro de dignidad ni de sentido común, solo su ego inabarcable que le hace ignorar la realidad. De hecho, su oferta política ha sido recibida con el más profundo de los desprecios. Ahora el nuevo ex, Rajoy, puede ser el Carter español. Condiciones tiene.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios