Decía Tony Jud que cuando saqueamos al pasado en busca de provecho político, recurriendo a la historia para dar lecciones morales oportunistas, lo que conseguimos es mala moral y mala historia. Parece que la cuestión central ahora sea quién causó nuestra guerra civil. Hay quienes sostienen que no la desencadenaron los golpistas del 18 de julio, sino que la causa fue el fracaso del golpe. Al parecer, provocaron la guerra los que no se unieron a los facinerosos y se mantuvieron leales al orden constitucional. De forma que si los agredidos se dejan someter, no sólo no habría habido guerra civil, tampoco habría historia y el mundo seguiría bajo la tiranía de la fuerza.

Contra lo que ahora parece, no fue la izquierda la primera en introducir en la agenda política la revisión del pasado. En los noventa, cuando la derecha liderada por Aznar empezaba a sacudirse sus complejos, propagandistas y aficionados a la historia defendían, en publicaciones de cierto éxito, que el golpe del 36 había sido una causa justa y la dictadura franquista un paraíso perdido. Pero lo único cierto es que la guerra la provocó el golpe militar, con el fin de -según un comunicado interno del mando golpista- "….dejar una sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado".

Denuncian, por otra parte, que la izquierda pretende ocultar el intento revolucionario del 34, orquestado por los sectores más radicalizados del republicanismo. Fue ciertamente un levantamiento contra el orden constitucional, que dejó en Asturias un reguero de destrucción y muerte y en Cataluña una declaración de independencia. Pero, por muy graves que fueran aquellos acontecimientos, equipararlos al golpe de Franco resulta ridículamente desproporcionado: ni por los medios empleados, ni, mucho menos, por las consecuencias. Aunque se puede considerar una prueba de la fortaleza de las instituciones republicanas para restablecer el orden cuando este estaba gravemente amenazado. No es pues el desorden de la República el motivó del golpe sino, como afirma la historiadora Pilar Mera: "fue el camino elegido por los que no aceptaron las reformas que se pusieron en marcha en 1931 y querían volver al mundo previo, por lo que algunos comenzaron a tejer conspiraciones desde el primer momento".

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