Como mis improbables lectores recordarán les hablé en la anterior columna de mi estancia en Pekín, perdón, Beijin. Si me lo permiten volveré a ello ya que en aquella cambiante realidad, como en el poso del café, podemos explorar nuestro futuro. Y es que, como en la película de Marco Bellochio La China e vicina. Lo que no sabían los maoístas de los sesenta es que la China que estaría cerca sería la del "capitalismo de estado" y no aquella de la siniestra Revolución Cultural que tanto admiraban. Ese enorme país es a la vez una cosa y su contraria. Si los partidos socialistas accidentales marcan como un hito histórico su abandono del marxismo, el PCCH sin necesidad de tal renuncia ha abrazado el capitalismo más descarnado. El resultado ha sido espectacular: con fuertes tasas de crecimiento han sacado, en pocas décadas, a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza y más pronto que tarde será la primera potencia económica del mundo. Es más, en su reciente congreso ha reafirmado su marxismo, mientras las desigualdades son cada vez más evidentes. Incluso han regalado una monumental estatua de Marx a la alemana Tréveris, la ciudad renana en la que nació el autor de El Capital. Podrían hacer lo propio con Adorno, que se revuelve en su tumba al ver como el consumismo y la cultura de masas ha penetrado tan profundamente en la conciencia de una sociedad comunista.

Dice Steven Pinker que muchos intelectuales identifican el libre mercado con el anarcocapitalismo o el liberalismo extremo, no siendo la misma cosa, y que los países se hunden cuando, como Venezuela o en su día la Unión Soviética y sus satélites, abandonan el mercado. Es algo tan evidente que lo primero que piensas al observar el éxito y la energía económica de la China de hoy es que después de tanto años interrogándonos sobre la crisis de la izquierda la respuesta estaba ahí: la incapacidad de generar un sistema social y económico eficiente alternativo al capitalismo y al mercado.

Por otra parte, a los pocos días de llegar a Beijin, asistí a la celebración del Día de Europa en la embajada de la UE. Pensar desde aquella realidad en las instituciones europeas hace aún más evidente e ineludible la necesidad de seguir avanzando en la unión. Y, sobre todo, resulta aún más difícil entender la naturaleza de los conflictos que de forma progresiva, y puede que irreparable, dividen hoy la UE. Es como presenciar un suicidio a larga distancia.

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