Pesadilla

No creo que sea necesario el abuso de la imagen del dictador, que aparece con la frecuencia de los años 60

Decididamente, no nos merecemos esto. La generación de los años cuarenta estamos viviendo una auténtica pesadilla. Nacimos, crecimos y pasamos nuestra juventud en el más implacable franquismo. La figura del general presidía nuestras vidas sin posibilidad de evitarla. Su imagen estaba presente en toda la actividad pública, nada era ajeno a la omnipresencia incansable del dictador. En el cine, a través del NODO, en la televisión de blanco y negro, en los colegios, en la radio, hasta en los estadios de fútbol cuando las grandes ocasiones, allí aparecía la imagen gris o la voz aflautada del Franco inevitable, del Franco victorioso, del Franco eterno, del Franco inmortal. Resistimos como pudimos ese acoso permanente de la dictadura hasta la llegada de la democracia, y aquellas imágenes que atormentaron nuestra juventud fueron escondiéndose en los más escondidos pliegues de nuestra memoria. Pero ahora, en cualquier informativo, en cualquier tertulia televisiva, la imagen del dictador vuelve a aparecer. Y ahí lo tenemos todo el día entrando en la iglesia bajo palio, saludando brazo en alto, presidiendo desfiles o inaugurando pantanos. La pesadilla ha vuelto y los de mi generación no dejamos de sentir un profundo desagrado con tanta evocación y tanto doloroso recordatorio.

Parece algo más que lógico que los restos del último déspota de España sean retirados del preferente lugar que ocupan en esa grandiosa basílica de dudoso gusto. Es difícil de entender que esta decisión no se hubiera tomado antes, pasados los primeros años frágiles de la transición. Lo que no parece tan lógico son las dificultades y las contradicciones que esta decisión está causando. Resulta inexplicable la actitud altiva y desafiante de los herederos del dictador tratando de poner trabas a esta decisión. Es inaudito que los que se han beneficiado de las resultas del poder dictatorial de su abuelo se dediquen a dificultar este más que razonable traslado. Lo responsable hubiera sido que esa familia adoptara un posición discreta, sin intentar protagonizar nada y sin abusar de la excesiva tolerancia que la sociedad democrática española ha tenido con ellos.

Posiblemente, también, una decisión más meditada, sin tanta precipitación y con un apoyo más explícito de todas las fuerzas políticas, hubieran allanado ese camino que nadie imaginaba tan abrupto. Pero mientras tanto no creo que sea necesario el abuso de la imagen del dictador, que aparece con la misma frecuencia que lo hacía en los años sesenta. De verdad que no nos lo merecemos.

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