Prendas de luto

Esta sociedad ya superó esa época rígida en la que el rito y las apariencias eran más importantes que el dolor

A Pablo Casado le preocupa mucho el color de la corbata del presidente Sánchez. Hasta tal punto le obsesiona que no pudo evitar preguntárselo desde la misma tribuna del Parlamento. Nunca la corbata, prenda últimamente en desuso, alcanzó tan alta notoriedad política. Le interpeló con toda solemnidad sobre cuantos españoles tenían que morir para que el presidente del Gobierno se pusiera al cuello una prenda negra. No me digan que la pregunta no tiene enjundia. Porque, vamos a ver, con qué número de víctimas del coronavirus el presidente del PP se puso su corbata negra, ¿1.000? ¿2.000?. Y Santiago Abascal, ¿con qué número de fallecidos optó por esa prenda de luto? ¿Quién se la puso antes? ¿Quién se adelantó en manifestar su dolor? Porque, tal como se han planteado la cuestión, el sentimiento patriótico, el pesar que se siente por las víctimas de la pandemia y el nivel de preocupación política tienen en el color de la corbata un termómetro externo definitivo.

Cuando se habla de prendas y ritos de duelo me acuerdo de la película de Manuel Summers La niña de luto, en la que se narraba la historia de una mujer de un pequeño pueblo andaluz que entre los fallecimientos de abuelos, tíos, padres y demás parientes, con la consiguiente obligación de llevar prendas de color negro durante un buen periodo de tiempo, tuvo serias dificultades de poder vestirse con ropas de otros colores durante toda su vida. La película denunciaba esa costumbre de los lutos rigurosos que ya en el año 1964 parecían trasnochados y ridículos.

Desgraciadamente, estos días han aparecido en los medios de comunicación familiares de víctimas del coronavirus que lamentaban su pérdida o se quejaban amargamente de que hubieran muerto solos sin la compañía de ningún familiar. Si se observa, la inmensa mayoría de estos familiares ni llevaban corbata negra ni portaban ninguna prenda oscura para manifestar su dolor. A lo mejor el presidente del PP podía pensar que a esas personas les falta sentimiento o aflicción por la desgracia sufrida. Espero que no. Afortunadamente, esta sociedad superó esa época rígida y oscura en la que el rito y las apariencias eran tan importantes o más que el sentimiento y el dolor. Por eso extraña tanto que, en un debate que se esperaba serio y profundo, el jefe de la oposición, en su inacabable lista de reproches y críticas al jefe del ejecutivo, recurriera también a una cuestión tan superficial, baladí, frívola y absurda como el color de la corbata de los miembros del gobierno.

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