Se ha iniciado el largo puente festivo de diciembre, para unos el puente de la Constitución y para otros el de la Inmaculada Concepción. El día 6 conmemoraremos la aprobación de nuestra Constitución, refrendada en 1978 con un 91.81% de votos afirmativos. Estableció el principio de que la soberanía nacional reside en el pueblo español y el Estado social y democrático de derecho como sistema político, cuyos valores superiores de ordenamiento jurídico son la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Todo lo que hoy parece normal, en la España de entonces era extraordinario. Celebramos el acto constituyente de la nación democrática y constitucional que hoy es España: un sistema de convivencia que ha funcionado razonablemente bien en estos 44 años y cuya fortaleza parece que estemos empeñados en poner a prueba. La España de hoy no es la del 78, muchos de sus peores problemas se superaron, pero otros se han agudizado hasta el punto de volver a amenazar nuestra convivencia.

El valor de una Constitución reside en su capacidad de integrar, mediante valores compartidos, a los que piensan de forma distinta o tienen diferentes creencias o intereses. Si en ello reside su fuerza y su legitimidad, debemos reconocer que atravesamos un momento constitucional delicado. La transición de la dictadura a la democracia fue posible porque se salvaron diferencias insalvables, se concilió lo irreconciliable y se intentó que el abrumador peso del trágico pasado no impidiese el futuro. En cambio, hoy extremamos las diferencias, ya sean territoriales o ideológicas, y las guerras culturales han sustituido los antagonismos ideológicos. Es propio de la democracia creer que nos separan distintas formas de entender el bien o aceptar que el adversario pueda tener parte de razón. Pero cuando el adversario te convierte en su enemigo, pierde la razón y destruye la convivencia: ya sea por cuestiones étnicas e identitarias o por la impostura de patrimonializar la Constitución para dividirnos entre buenos y malos españoles. O utilizando en vano el nombre de la libertad para defender medidas económicas que aumentan las desigualdades y debilitan el Estado social que dicen defender. Crecen los enemigos de la Constitución: ya sean los la que la ven como fruto de una transición continuista de la dictadura o los que la utilizan como arma arrojadiza para destruir al adversario, quería decir al enemigo.

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