La demoscopia es un arma de doble filo. Están quienes no le dan ninguna credibilidad a las encuestas; para ellos, los resultados electorales siempre son una caja de sorpresas. Y hay otros que, por el contrario, mantienen una fe firme en las previsiones y piensan que la jornada electoral no es más que el trámite necesario para corroborar los sondeos. Existe una irresistible inclinación a creerse las encuestas si favorecen las propias expectativas y a mostrar un alto grado de incredulidad si los datos son negativos. Lo prudente es mantener cierta distancia afectiva sobre ellas, sean buenas o malas, pero sin llegar a pensar que son meras manipulaciones interesadas de la opinión pública. Lo cierto es que la creencia excesiva en los vaticinios, cuando estos son favorables, han inducido a algunos partidos a graves errores estratégicos y profundas frustraciones.

La aparición en el tablero político de Podemos hace cinco años significó una verdadera conmoción en las empresas demoscópicas, y unas tras otras comenzaron a augurar un fulminante e irrebatible triunfo del nuevo partido. Hubo encuestas (el CIS) que le dieron la victoria, e incluso situaron sus apoyos por encima del 30%. El error no fue solo el vaticinio, sino creérselo y actuar como si fuera verdad. Y así, los líderes de la formación morada daban por hecho el sorpasso a los socialistas y la más que probable victoria electoral. De este erróneo convencimiento derivó la equivocada estrategia de forzar unas segundas elecciones en el convencimiento de que, asociados a IU, conseguirían con seguridad la supremacía indiscutible en el campo de la izquierda. La realidad le demostró su error, del que todavía no se han repuesto totalmente.

A la formación política de Cs le ha ocurrido algo parecido. Nació como partido de centro, con vocación de mediar entre las formaciones de derecha e izquierda y convertirse en la bisagra necesaria para la gobernabilidad del país. Pero, de nuevo, las encuestas le han jugado una mala pasada. Verse encumbrados por los sondeos como la primera fuerza política con posibilidad de presidir el Gobierno les hizo cambiar de estrategia, objetivo e ideológica, y de la noche a la mañana se transformó en la alternativa necesaria de la derecha española. De nuevo, la realidad no ha acompañado a las optimistas previsiones, y ahora la formación naranja está en el trance de ajustar sus expectativas políticas a los hechos o seguir estrellándose contra el muro de la realidad una elección tras otra.

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