Los que nacimos hacia la mitad del pasado siglo hemos vivido cosas extraordinarias e inimaginables. De lo que no estoy seguro es que sea una ventaja. Vamos camino de morir en un mundo en el que cualquier parecido con el que nacimos es pura coincidencia. Aunque supongo que también les habrá pasado a otros a lo largo de la historia. Cuando Karl Marx dijo en el Manifiesto comunista que "Todo lo sólido se desvanece en el aire" no sabía que estaba prediciendo cómo se produciría el fin de la Unión Soviética y del propio comunismo. Fue un hecho impactante y extraordinario que cambió inesperadamente el curso de la historia. Que el gran bloque soviético, que disputaba el poder mundial a EE. UU. y al mundo capitalista, se desplomase de la noche a la mañana dejando ver que tras esa fachada de poder inexpugnable solo había cartón piedra, fue algo verdaderamente extraordinario e inimaginable. Aunque, contrariamente a lo que se pensó, anunciando el fin de la historia, la caída de la URSS también dejaba al descubierto algunas grietas estructurales que amenazaban la arquitectura de las democracias occidentales.

Trump no es un cisne negro, el Partido Republicano lleva décadas deslizándose hacia el extremismo y el fanatismo: la nueva derecha religiosa o el Tea Party son, entre otros, ejemplos de movimientos ultraconservadores que, empotrados en el Partido Republicano, lo han radicalizado convirtiendo la ideología en guerra cultural, o cruzada religiosa, tornando la política a un estado de naturaleza, a una reyerta entre tribus morales. Demonizando al adversario hasta convertirlo en la encarnación del mal. Sustituyendo la crítica política por la difusión de mentiras y difamaciones, que sus fanáticos seguidores interpretan como verdades reveladas. Aunque Trump pierda las elecciones, y a pesar de haber dado sobradas pruebas de su incompetencia y desvarío, lo han votado seis millones y medio más de ciudadanos que en 2016. Lo peor no es que afirme, desde la Casa Blanca, que sólo los votos que le den a él la victoria son votos legales, sino que se lo crea a pies juntillas él, y sus millones de seguidores, para los que no hay más realidad que la que fabrica el egocentrismo paranoide de su líder. Asistir al desplome del bloque soviético fue toda una experiencia, pero no lo es menos la sensación de estar ahora asistiendo, en vivo y en directo, a la caída de la otra potencia de aquel mundo bipolar, el mundo de ayer. Vivir para ver.

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