Entramos en otra fase de desescalada y otro nivel de la lucha contra la pandemia en el que la responsabilidad individual será tan determinante como el acierto de las administraciones. Cuando empezamos a ver la salida, da vértigo enumerar los inmensos retos que nuestra sociedad tiene por delante. Decía Habermas, en una entrevista de hace un par de décadas, que el resto de utopía que su desengañada filosofía se ha reservado consiste en una "noción de que la democracia -y la lucha a toda costa por sus formas mejores- puede romper el nudo gordiano de problemas prácticamente irresolubles". Andaremos lejos de ese ideal cuando el libro más citado en los últimos meses es "Cómo mueren las democracias". Resulta extremadamente peligroso que la dialéctica "amigo-enemigo", alentada por todo tipo de populismos, domine el discurso político en buena parte del mundo. Hasta el punto de que, el jefe del Estado Mayor Conjunto de USA, haya considerado necesario recordar que cada miembro de sus fuerzas armadas ha jurado defender la Constitución. El problema es que, en nuestro país, la desescalada no esté acompañada de su correspondiente en la crispación política.

Por el contrario, conforme mejoran los resultados epidemiológicos, más se agria el clima político. Buena prueba de ello es el regreso a lo que ha sido una constante en las últimas décadas: la judialización de la política (aunque en este caso puede que estemos ante su variante de politización de la justicia). Otra vez, el clima viciado por las filtraciones, citaciones, comparecencias ante el juez, penas de telediario, etc. Un dejá vu de la insana superposición de políticos y jueces ocupando el foco mediático. El ex magistrado del Tribunal Supremo del Reino Unido, Jonathan Sumption, en su libro, Juicios de Estado, opina que: "Los tribunales han acabado compartiendo la desconfianza generaliza en el proceso político y en el razonamiento político como elementos para la toma de decisiones", para después, adaptando a Clausewitz, sostener que la ley es ahora una mera continuación de la política por otros medios. Lo dice un conservador y distinguido lord, al que una revista legal de su país calificó como el hombre más inteligente de Inglaterra. Aun no compartiendo sus puntos de vista, no hay que negar que pone sobre la mesa un debate necesario. Y si lo interpretamos a través de la realidad política española de las últimas décadas, desde luego que pone el dedo en la llaga

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