Una derecha beligerante

Existen razones que podrían explicar la actitud agresiva que mantiene el principal partido de la oposición

Existen razones que podrían explicar la actitud agresiva, irritada y montaraz que permanentemente mantiene el principal partido de la oposición y que sostiene sin respiro ni descanso en su afán descalificatorio, negándose a manifestar en algún momento el mínimo espíritu de entendimiento. Parece que el PP no quiere permitirse bajar la guardia ni un segundo y necesita trasladar a todas horas una tensión política del más alto voltaje posible. Es la alargada y espesa sombra de Vox una de estas razones. Desde el principio de la legislatura, Pablo Casado no ha acertado con un tratamiento claro en su relación con este hijuelo que le ha brotado a su derecha más extrema. En principio trató de congraciarse con él para después decir el "hasta aquí hemos llegado" y terminar siguiendo sus pasos, tratando de imitarlo y superarlo. A este desconcierto estratégico se une últimamente la aparición de la nueva estrella de la derecha, la presidenta de Madrid, que con su cara de sorprendida o de recién llegada que no sabe bien lo que dice, siempre acierta en quedarse con los titulares y elevar el tono de los ataques verbales. Y esta es otra estela a la que tiene que seguir Pablo Casado para evitar descolgarse por lo que entre unos y otra lo mantienen en permanente estado de alerta y agresividad.

Pero la razón esencial de esta beligerancia exacerbada es que en el fondo no ha asumido los resultados electorales de los últimos comicios ni ha admitido con la necesaria resignación democrática que sea una coalición progresista la que esté llamada a gobernar este país durante el previsto periodo de cuatro años. Es esta falta de aceptación de la legalidad y legitimidad democrática del gobierno la que diariamente se refleja en la descabellada estrategia del derrocamiento inminente. Cualquier circunstancia es ocasión para intentar la caída del gabinete. El estado de alarma, la crisis sanitaria, la crisis económica, la situación de Ceuta, o los indultos; cualquiera es motivo suficiente para desencadenar un desproporcionado ataque como si se tratara de la batalla final que nos llevaría a unas nuevas elecciones y a un cambio de gobierno. Es el error de intentar trabajar políticamente como si la realidad no existiera y su única preocupación fuera ganar espacio desde dentro y desde fuera de su partido intentando contentar a los sectores más radicales y vocingleros de su diverso espacio político. Y el tema es que esta agria impaciencia tiene visos de durar cuatro años.

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