Al enemigo ni agua

Al adversario, a pesar de los enfrentamientos, se le reconoce la legitimidad de su posición

La sociedad española necesitaría alguna vez una inyección de autoestima y abandonar la autoflagelación y el pesimismo. En estos días hemos tenido la oportunidad de sentirnos complacientes e incluso orgullosos de nosotros mismos, pero la mezquindad de la política ha intentado evitarlo. Ser uno de los primeros países en llegar al 70% de la población vacunada es sin duda un éxito de las administraciones sanitarias, tanto nacionales como autonómicas, además de la propia sociedad. Así deberíamos haberlo sentido, pero ha habido quien ha preferido ocultar o enturbiar ese éxito conjunto con tal de que la Administración central y su gobierno no se apuntaran algún tanto. La actuación en la evacuación de Afganistán ha sido un gran acierto de decisión y de gestión que ha mejorado la imagen de España en el mundo, pero se ha preferido jugar al inexplicable y ridícula distinción entre la coordinación y la ejecución para negar cualquier acierto, aunque se haya reconocido internacionalmente, al actual gabinete.

Esta miserabilidad política expresa el nivel de confrontación al que estamos llegando. Para algunos lo que hasta hace poco eran adversarios políticos se han convertido en irreconciliables enemigos. Y esto no es un mero ejercicio dialéctico ni una distinción artificial. Al adversario, a pesar de las discrepancias y enfrentamientos, se le reconoce la legitimidad de su posición, se acepta su derecho a gobernar, se acatan los resultados electorales y se participa del marco constitucional en el que se desenvuelve el debate político cumpliendo las obligaciones que de ese marco se derivan. Ese debe ser el campo de juego de la confrontación democrática. Pero cuando de manera impostada, con una fabricación artificial y falsa se le niega la legitimidad a un gobierno, aunque su elección haya sido escrupulosamente constitucional y democrática, se les tacha de traidores y falsarios, se les acusa de intentar alterar la constitución de forma ilegal y aviesa, se le imputa la división y rompimiento de España y se le acusa de pretender implantar un régimen bolivariano, es evidente que al adversario lo hemos convertido a base de exageraciones y falsedades en un enemigo irreconciliable al que no se le puede reconocer mérito alguno y con el que no se puede pactar, aunque sea constitucionalmente obligatorio. Es esta concepción frentista que algunos se han fabricado la que nos lleva a esta decepcionante situación, porque ya se sabe; al enemigo ni agua. Y así nos va.

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