El oráculo de Aznar

Ni una propuesta, ni una fórmula viable de gobierno, ni una salida a la situación

Hay momentos en que los jarrones chinos se hacen más visibles. Y este es uno de ellos. Nadie le niega a quienes en un tiempo fueron referentes políticos de este país que en momentos complicados hagan públicas sus propuestas y criterios. Todo lo contrario; en muchas ocasiones sus opiniones pueden aportar elementos de reflexión interesantes. El problema surge cuando esos consejos se hacen desde la atalaya de la experiencia, o desde la distancia del olimpo, libre de trabas y cortapisas, desconociendo las limitaciones del poder, las exigencias electorales o la necesidad de alcanzar pactos posibles, servidumbres que ellos mismos padecieron. Y en ocasiones, puestos a criticar la compleja situación actual, se cae en voluntarismos o en diseños ideales sin tener en cuenta la realidad concreta en que se opera y las dificultades que se presentan. En muchas ocasiones estas reflexiones no pasan de ser simplemente la expresión de un deseo con poco encaje en la realidad.

Especialmente llamativas han sido las declaraciones del expresidente Aznar, quien ha asumido, un poco por su cuenta, el papel de oráculo de las verdades inmutables de la política española. El hombre que hablaba catalán en la intimidad y que llamó a ETA "movimiento de liberación vasco", se siente en la inevitable obligación de clamar sobre los peligros que acechan a la sociedad española si sigue por el camino de pactar con comunistas y separatistas. Para que la admonición sea completa y mueva las conciencias adormecidas ha creído necesario adornar sus reclamos con grandes dosis de alarmismo y catastrofismo. Y para eso nada mejor que recordar la Guerra Civil como la época en que ese tipo de políticos formaron parte de un Gobierno; ya todos sabemos lo que eso significó para nuestra sociedad. Pero lo llamativo de estas apocalípticas advertencias es que no se saben muy bien a dónde pretenden conducirnos. Ni una propuesta, ni una fórmula viable de gobierno, ni una salida a la situación. Con lo cual es difícil apreciar que la finalidad de tanta gesticulación sobresaltada no sea amedrentar a la población para que se arrepienta de lo votado. El oráculo, según sus propias palabras, anuncia que no se quedará pasivo ni silencioso ante la situación de máximo riesgo en que se encuentra España, lo que contrasta con el clamoroso silencio que guardó cuando su admirado Pablo Casado decidió echarse en brazos de la extrema derecha que lidera de su no menos valorado Abascal. Ahí no vio riesgo alguno. Lógico.

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