El políticavirus

Parecía que el coronavirus había expulsado al 'políticavirus' que todo lo contagia y lo amarga

Hemos estado a punto de conseguirlo. Estábamos en un ambiente político tormentoso y levantisco cuando apareció en el horizonte la amenaza del coronavirus. Podíamos temernos lo peor y tener que asistir a una nueva confrontación agria entre las fuerzas políticas. En principio, y sorprendentemente, no fue así. Asistimos a un acertado tratamiento del problema buscando un alto nivel técnico-sanitario, con portavoces cualificados y un bajo nivel político, rehuyendo protagonismos innecesarios o postureos indebidos. Todo se hizo con la máxima discreción. Se demostró que no siempre los políticos tienen que protagonizar todos los aspectos de la gestión pública y que la ciudadanía española está preparada para recibir explicaciones de un aceptable nivel técnico sin tener que recurrir a intervenciones políticas zafias o a explicaciones del nivel del hueso del caldo del puchero.

Parecía un oasis. La oposición mantuvo una actitud razonable y expectante más allá de alguna crítica basada en discrepancias sobre el tratamiento de las soluciones económicas o petición de explicaciones y comparecencias que pueden entenderse casi como obligadas. La opinión pública asistía entre sorprendida y regocijada a un ambiente político pacífico y relajado. Las relaciones entre el Gobierno central y las comunidades autónomas demostraban que la coordinación siempre es mejor que la concentración y que la responsabilidad de la gestión encuentra con facilidad caminos de entendimiento y colaboración.

Parecía que el coronavirus había expulsado al políticavirus que todo lo contagia y lo amarga. Pero no todo el mundo estuvo a la altura. Abascal, el líder de Vox, siempre montado en su caballo, desde el primer momento quiso sacarle partido a la crisis y romper cualquier tipo de consenso. La pandemia ha sido para él una gran ocasión para llamar al Gobierno de la nación criminal y mentiroso. Difícil de entender esta descabellada acusación ya que datos, estadísticas, propuestas y tratamiento desde el primer día, han sido decisiones pactadas entre todos los gobiernos autonómicos, incluyendo aquellos que gozan del apoyo parlamentario de Vox. Pero el políticavirus ya estaba inoculado y contagió rápidamente al PP, que mantiene su síndrome de imitación; Pablo Casado, en contradicción con sus propios presidentes autonómicos, se apuntó al concurso de descalificaciones genéricas y sin fundamento y la vida política ha vuelto a la bronca permanente. El coronavirus no nos ha traído un oasis, ha sido un espejismo.

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