Postales desde el filo

El sistema de representación

Tras la ofuscación sigo creyendo que nada hay tan importante como para cuestionar la democracia

Hace algún tiempo decía en una entrevista el filósofo Daniel Innerarity que "los políticos hacen mal cosas que nosotros haríamos peor". Supongo que, a pesar de todo, seguirá pensando lo mismo. Yo estoy muy de acuerdo con él: por muy mal que nos vayan las cosas, nos irían peor sin un sistema de representación democrática. En la dictadura se oía decir, con mansa resignación, que teníamos los políticos que nos merecíamos. No era cierto: nadie merecía el franquismo. Ahora tenemos los que elegimos. Algo que ejercemos como un derecho básico y un deber de ciudadanía: de nuestra elección depende la buena marcha de los asuntos públicos. No es nada tranquilizador saber que la irracionalidad y el despropósito, que se están adueñando de la política, no es un problema específicamente español. A la vista de lo que sucede en otros países, con democracias consolidadas, parece que estemos ante un virus que ataque por igual a elegidos y a electores.

Dice Paul Auster que "para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra única religión". Lo comparto. Por eso me he tomado como un preocupante síntoma de pérdida de fe que -con el esperpento independentista, por una parte, y lo ocurrido en las últimas sesiones parlamentarias, por otra- me haya pasado por la cabeza la idea de que hay cosas que son demasiado importantes para dejarlas en manos de los políticos. Confieso que he tenido ese pensamiento reaccionario y antidemocrático. Pero, tras la ofuscación, sigo creyendo que nada hay tan importante como para cuestionar el sistema de representación que es, aunque a veces no lo parezca, uno de los pilares básicos en los que se fundamenta nuestra convivencia. Sólo hace falta que nuestros representantes sean conscientes de ello.

Las divisiones ideológicas forman parte de la naturaleza de la democracia. Pero los grandes desacuerdos, ante asuntos concretos, tienen más que ver con la posición que cada cual ocupe, si se está en el gobierno o en la oposición. Decía ayer el ministro portavoz que los defensores de la derogación de la prisión permanente revisable deberían atender lo voz de la calle. Aunque hoy, tras las manifestaciones de los pensionistas, el ministro sólo dará crédito a las opiniones de los economistas ortodoxos. Por su parte, la oposición apelaba a los expertos, penalistas y constitucionalistas, ante la reforma del Código Penal, mientras que hoy adoptará como suyas sin dudarlo las pancartas de las movilizaciones.

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