Quizás es solo quizás

En esta polémica están sobrando frases hirientes, comparaciones indebidas y acritud innecesaria

Siempre se dijo que la política es el arte de lo posible. Y es cierto, ya que la actividad pública tiene que transcurrir en el amplio campo que separa los deseos de la realidad, y no sirven planteamientos utópicos que no respeten ese espacio. Por eso las afirmaciones categóricas e inflexibles pueden sonar atractivas y deseables, pero no siempre llegan a superar la prueba de la efectividad. De ahí que la voluntad proclamada de un gobernante a veces tiene que plegarse a los requisitos que impone la realidad. Esos requisitos, en nuestro régimen democrático, son los acuerdos parlamentarios, los informes preceptivos y la interpretación que los jueces hagan en su momento de la decisión que se adopte. La ley del "solo el sí es sí" es una llamativa y acertada pretensión política que quizás no cuidó suficientemente los requisitos que la realidad impone, y corre el riesgo de quedar orillada en el campo de lo inservible.

El problema es que entre descuidos, imprecisiones, errores y precipitaciones, esta ley y su necesaria reforma se ha convertido en algo más que una discrepancia entre los socios de gobierno, por otra parte habituales y previsibles en un gabinete de coalición, para pasar a ser un enfrentamiento en el que no se están ahorrando descalificaciones ni ataques desproporcionados. En esta polémica están sobrando frases hirientes, comparaciones indebidas y acritud innecesaria. De nada vale proclamar la necesidad de encontrar un acuerdo si en el mismo acto se habla de que al socio mayoritario le tiembla las piernas o claudica ante la presión de la derecha o trata de imponer el código de la manada. Así, lo que puede ser una discrepancia se convierte en un enfrentamiento sin concesiones. El problema es que las líneas rojas a veces se ven cuando ya se han cruzado y, aunque en política todo es reversible, hay daños que no se reparan fácilmente. Un debate entre miembros de un gobierno no puede operar en las mismas claves que una discusión en un plató de televisión o en una tertulia radiofónica, y quizás lo primero que debía de entenderse es que la responsabilidad ministerial debe de cuidar formas y expresiones. No se puede participar de los beneficios de estar en el gobierno sin asumir las responsabilidades y consecuencias que de ese hecho se derivan. Quizás se esté bordeando con tanta frecuencia la línea roja de la ruptura que se llegue al punto de no retorno y el daño producido se convierta en irreparable. Pero ya saben, quizás es solo quizás.

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