Calle Larios

Parménides y los perros

  • Ni los espetos, ni la Semana Santa, ni los museos ni el turismo: la identidad de Málaga se corresponde con la contradicción más profunda. O la paradoja en la que nada es lo que parece

A lo mejor el Guadalmedina no es un río, aunque lo llamemos 'río'. Pero tampoco es un 'no río'.

A lo mejor el Guadalmedina no es un río, aunque lo llamemos 'río'. Pero tampoco es un 'no río'. / Málaga Hoy

Por si alguien dudaba de la altura intelectual de Juanma Moreno Bonilla (en serio: creo que este hombre encarna el mejor centro-derecha posible hoy día, por aquello que Aranguren contaba del buen talante, de lo que tanto presumieron otros), he aquí que el líder del PP andaluz afirmó el otro día lo siguiente: “Un perro es un perro”. Y se quedó tan pancho. Pero es que, con semejante declaración, el político clarificó uno de los principales filosóficos esenciales en Occidente: el de identidad. Sin este argumento, nuestro pensamiento, y por extensión la civilización entera, se vendrían abajo sin remedio. Pitágoras sostuvo que lo único de lo que podemos afirmar a ciencia cierta que es es el número, independientemente de lo que nuestros sentidos nos digan al respecto. El resto es contingencia. Y no le faltaba razón. Pero quien se llevó el gato al agua es Parménides, quien, allá en el siglo sexto antes de Cristo, vino a decir que el ser es y es imposible que no sea, mientras el no ser no es y es imposible pensarlo. Si Moreno Bonilla dice que “un perro es un perro” es porque lo pensamos como tal. Incluso, si hubiera dicho “un unicornio es un unicornio” habría seguido teniendo razón, aunque nuestra experiencia no nos haya facilitado la oportunidad de contrastarlo. Entonces, aunque no existe, el unicornio es. Cuando Shakespeare puso en boca de Hamlet aquello de To be or not to be (que puede traducirse como Ser o no ser o Existir o no existir, como prefirió Moratín), estaba reivindicando, tal y como hace ahora Moreno Bonilla, el principio de identidad. Sin embargo, no contento con su reflexión, el presidente popular añadió lo siguiente: “Y un metro es un metro”. Con esta aseveración, nuestro hombre terminaba de aliarse con Parménides para dejar claro a la Junta de Andalucía que el metro en superficie proyectado hasta el Hospital Civil no es un metro. Es más: ni siquiera puede pensarse como tal. Por la sencillez de su formulación, el argumento es desde luego aplastante. Insistir en que un tranvía es un metro significaría incurrir en el mismo engaño que entrañaría decir que un perro es un gato o que un gato es una liebre. Sin embargo, sospecho que a Moreno Bonilla se le olvida que hablamos de Málaga. Y aquí es habitual llamar a ciertas cosas con nombres que no les corresponden. No por un error lingüístico, sino conceptual. Aunque, mejor pensado, no cabe tanto hablar de error como de paradoja. Y es que a la realidad le encanta jugar aquí con las reglas nominativas, seguramente porque de no hacerlo se aburriría sin remedio. El ejemplo es, claro, evidente: en Málaga tenemos un río, y todo el mundo llama río, a algo que, estrictamente, no es un río. Pero es que, al mismo tiempo, el Guadalmedina no es un no río . Es decir, no cabe aquí negar el principio de identidad. No podemos decir que el Guadalmedina no es un río. Aunque no lo sea. Tal vez es algo que está a medio camino de serlo a no serlo, o viceversa. De igual modo, por tanto, es mejor hacerse el cuerpo a que los malagueños llamarán metro al metro. Aunque sea un tranvía. Y aunque, en el fondo, no sea un no metro.

No hay remedio: los malagueños llamarán 'metro' al metro. Aunque sea un tranvía

¿Qué podríamos decir de la muralla árabe expuesta en Carretería? ¿Es una muralla árabe? No. Es decir, sí lo es. Pero no, qué va. ¿Alguien ha visto alguna vez una plaza en la Plaza de la Marina? ¿Entonces? Y sin embargo, aquí el concepto se impone a lo que la experiencia reconoce como plaza. Y no pasa nada, claro. Por no hablar de las diversas plazas del centro histórico inventadas (no son plazas, aunque lo sean) para poder bautizarlas con los nombres de los titulares de algunas cofradías. Ya que estamos, ¿acertamos cuando llamamos al centro histórico así, centro histórico, cuando la ciudad ha puesto especial interés en eliminar todo lo que pudiera tener de histórico para convertirlo en un centro comercial moderno? ¿Tiene sentido que nos refiramos a la judería como judería, cuando lo más lógico es aceptar que en Málaga nada es una judería? ¿La Alcazaba es la Alcazaba, o terminó siendo otra cosa, es decir, no siendo? ¿Y qué hacemos con la marca de la Ciudad de la Cultura? ¿Jugamos, o no jugamos? A saber qué dirían Parménides y sus perros.

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