Calle Larios

El Bombardeo de Málaga: mirar para otro lado

En la carretera de Almería tras el bombardeo de Málaga en 1937.

En la carretera de Almería tras el bombardeo de Málaga en 1937. / M. H.

En una sala medio llena del Cine Albéniz vi hace unos días ‘La zona de interés’, la película de Jonathan Glazer basada en la novela de Martin Amis. Un servidor no es muy de recomendar películas, asunto casi tan delicado como las recomendaciones literarias; pero, en este caso, no dudaré en sugerir al amable lector que vaya a verla. La zona de interés es una de esas raras películas que nos demuestran hasta qué punto una obra de arte es susceptible de ser al mismo tiempo muchas, muchísimas, tantas como miradas se posen en ella. Cada espectador sale de esta historia, seguro, con un largometraje distinto en la cabeza, pero así precisamente funciona el arte. En el film de Glazer vemos a Rudolf Höss, comandante al mando en Auschwitz, con su familia en la mansión que mandó construir junto al campo de exterminio, al otro lado del muro. La película, consagrada a la vida cotidiana de los Höss, no nos muestra una sola escena del Holocausto, pero advertimos todo ese infierno a este lado del muro y la alambrada: el fragor de los hornos crematorios, la llegada del tren repleto de cautivos, los gritos, la desesperación, los disparos. En gran medida, La zona de interés se ve con el oído: ese telón de fondo sonoro se cuela en un paisaje doméstico idílico en el que la familia Höss actúa con una absoluta indiferencia. Cada baño en la piscina, cada juego en el jardín, cada comida en la mesa se da bajo la premisa absoluta de que lo que hay al otro lado es trabajo, industria, nada que tuviera por qué afectarles. Sólo en el quehacer de los sirvientes judíos, humillados y amenazados de manera sistemática, advertimos la presencia nítida del dolor. La idea de la banalidad del mal formulada por Hannah Arendt, que la película de Glazer exhala en cada plano, nos enseñó que esta indiferencia respondía a un criterio de responsabilidad: todos los criminales, incluidos los Höss, actuaban con la conciencia tranquila porque hacían lo que tenían que hacer. Cumplían órdenes emitidas desde instancias superiores cuya autoridad no dejaba lugar a dudas. Pero existe otra máquina generadora de indiferencia: el tiempo. Su transcurso podría convertir aquel dolor de millones en una leve perturbación, insignificante, si no ejerciéramos de manera consciente un empeño dirigido a alentar la memoria. Como si aquel crimen nunca se hubiese cometido.

El tiempo es una fábrica de indiferencia, capaz de convertir el dolor de tantos en apenas una insignificante perturbación

Estos días se cumplen ochenta y siete años del Bombardeo de Málaga en la Guerra Civil Española y la reflexión sobre el tiempo que Glazer sirve en bandeja en La zona de interés, con su espectacular plano final, resulta pertinente. Ochenta y siete años son muchos. Pronto ya no quedarán supervivientes ni testigos de la masacre. Así que habrá que seguir alentando la memoria con un empeño consciente, recordar que aquel crimen planificado y dirigido contra la población civil sucedió en los términos reconocidos. Lo que llama la atención a estas alturas es la frágil convicción con la que se sustenta esta memoria: ese empeño es compartido por quienes, cada año, reproducen la marcha agónica por la Carretera de Almería para que quede constancia, además de algunos historiadores implicados en la divulgación de la magnitud terrible de la tragedia. Y nada más: el recuerdo del que tal vez sea el acontecimiento central en la Málaga del siglo XX, el que determinó con más fuerza su devenir posterior hasta el presente, depende, al final, de una cuestión de puro voluntarismo. Uno ha tenido la suerte de poder visitar algunos lugares preservados por la memoria en Europa, donde el mismo siglo XX mostró su peor cara, y cuesta entender que Málaga no esté ahí, con la misma dignidad, con el mismo ánimo de reparación. Cada año asistimos a la degradación del frágil memorial instalado en los túneles de la Cala del Moral, y lo peor es que no podemos decir mucho más. Eso es todo. La desidia institucional, política y también social hacia aquel dolor, del que participaron a lo largo de toda la huida hasta Almería más de 300.000 personas, es, seamos claros aquí, vergonzosa. Fue en Málaga donde la lógica militar de la Primera Guerra Mundial que trasladaba la carnicería desde el enfrentamiento entre los ejércitos a la población civil adquirió pleno sentido en Europa. La misma lógica que campó a sus anchas en la Segunda Guerra Mundial, la misma que encontramos hoy en Gaza y en Ucrania: como supo advertir el Calígula de Albert Camus, la inocencia ya no es una posibilidad. Pero hagamos como si en Málaga esto nunca hubiera pasado. Dejemos el negocio en manos de algunos nostálgicos rencorosos y llamémoslo desbandá para seguir humillando a las víctimas. En esas estamos.

Quienes niegan la reparación y pregonan la convivencia a costa de la justicia miran a otro lado porque tienen miedo

Mi amigo Antonio Sánchez Millán, poeta y filósofo, me hizo ver que, tras esa indiferencia hacia lo que sucedía al otro del muro, lo que ocultaban Rudolf Höss y su familia era puro miedo: miedo a mirar aquel dolor a la cara y que las víctimas, entonces, despojasen de sus argumentos a la autoridad superior en cuya responsabilidad confiaban. Podremos concluir, por tanto, que los promotores de la desidia y de los pelillos a la mar, los del “algo harían”, los que niegan la reparación y pregonan la convivencia a costa de la justicia miran hoy en Málaga a otro lado porque tienen miedo. Pero tanto aquellas víctimas como la democracia presente merecen otra cosa. Por mucho tiempo que pase.

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