Málaga

Inundaciones de 1989 en Málaga, cuando el agua se lo llevó todo

  • La tromba de agua que sorprendió a la ciudad el 14 de noviembre dejó un panorama desolador y unas vivencias que siguen presentes en el recuerdo colectivo

Una de las calles de Málaga convertida en un torrente durante las lluvias de 1989

Una de las calles de Málaga convertida en un torrente durante las lluvias de 1989 / Ayuntamiento de Málaga

El cielo de color caldera se ennegreció aún más y a mediodía se tuvo que encender el alumbrado público. Era el 14 de noviembre de 1989 y se desató sobre la ciudad de Málaga una tromba de agua que descargó casi 150 litros por metro cuadrado en una hora y media. Pero no paró ahí. Siguieron las intensas lluvias el día 15 y el 17, luego el 26 y 27 del mismo mes y el 8 de diciembre.

En una ciudad asentada sobre un suelo bastante impermeable, con un saneamiento insuficiente y arroyos colapsados se dieron las condiciones para que esta “tormenta perfecta” arrasara literalmente con todo. Ocho personas fallecieron y los daños materiales fueron tremendos. Todavía en el recuerdo colectivo permanecen las viviendas de aquellos días, 30 años después.

Francisco Flores, el alcalde en funciones

El concejal socialista Francisco Flores estaba en esos momentos de alcalde en funciones. Pedro Aparicio había viajado a Japón para presentar con el presidente andaluz Rodríguez de la Borbolla el Parque Tecnológico. “Acababa de salir a saludar a Buero Vallejo, que estaba en el Málaga Palacio porque esa noche representaba una obra en el Teatro Cervantes, sería en torno a la una y cuando volví al Ayuntamiento empezó la debacle”, explica Flores.

Recuerda que hasta pasada, al menos, una hora no fueron conscientes de la magnitud de lo que estaba ocurriendo. “Hasta llegaron del club de baloncesto Caja de Ronda para pedirnos que con un helicóptero del Ayuntamiento sacáramos de Guadalmar a dos jugadores para el partido que tenían contra el Zaragoza”, cuenta Flores.

“Los servicios operativos empezaron a trabajar como locos, Policía Municipal, Bomberos, incluso los de Cultura, Deportes, Educación... todo el mundo a una”, relata Francisco Flores, al tiempo que cuenta que en ese momento el responsable del operativo era el Gobierno Civil.

“Fue caótico, no había seguridad para que la gente saliera a la calle. Tuvimos que emplear máquinas para que los niños bajaran de las terrazas de los colegios”, recuerda el ex concejal. No era solo agua lo que recorría las calles, piedras y lodos se unían a lo que arrastraba la corriente. “Los postes de la luz se clavaban en las fachadas de los edificios como si fueran flechas, la velocidad del agua alcanzó los 200 kilómetros por hora”.

Para intentar tener a la población comunicada, alertarla de los riesgos y pedir que no salieran de sus casas salvo casos de extrema urgencia, la concejala Asunción García Aguyó se fue a la Cadena Ser y delante del micrófono fue informando. Desde Canal Sur Radio hicieron lo propio a pesar de encontrarse en la zona cero del desastre.

Miguel Fernández, la radio como servicio público

“Entré a trabajar en el matinal, a las 6:00. En la ronda de emergencias nos dijeron que habían producido trombas de agua en el Valle de Abdalajís, que había algunos problemas y estuvimos trabajando sobre la noticia. A las 13:00 ya llovía a mares, era algo tremendo”, comenta el periodista Miguel Fernández, en esos momentos redactor de informativos.

Los primeros estudios de la radio, que empezó a funcionar en 1988, se encontraban donde continúan hoy, en el antiguo centro distribuidor de Cervezas Cruzcampo, en la Nacional 340. “A las cuatro la Carretera de Cádiz era un infierno, la gente se había quedado bloqueada en los coches”, agrega el periodista, que recuerda que el ministro Corcuera visitó dos días después La Luz y La Paz y “aquello era un océano”.

“Me daba una sensación de mucha fragilidad, veías la tromba de agua y pasar por delante sofás,. lavadoras, qué situación tan dramática”, sostiene. “Negocios destrozados, daños familiares, ese mazazo de la inundación contagió en la gente desánimo y tristeza”, considera.

Miguel Fernández se pudo ir a su casa, en Torremolinos, la primera noche de aquel noviembre negro. Pero en una de las tormentas posteriores tuvo que hacer noche en la emisora y comer latas de comida que Cruz Roja lanzaba desde un helicóptero. “En el aspecto profesional fue una de las cosas más potentes que he podido vivir, era emocionante ver la importancia de la radio en esos momentos de emergencia y el factor solidaridad de la gente, que nos contaba lo que pasaba. Pocas veces en mi vida he visto tan claro el servicio a la sociedad del periodismo”, indica.

Juan Luis Navarro, en la zona cero

Su compañero Juan Luis Navarro era coordinador de informativos en Canal Sur Radio. “En pocos minutos la ciudad se sumerge en un negro absoluto, empezó a diluviar, a levantarse las alcantarillas, a crearse balsas y torrenteras de agua”, dice Navarro. El equipo de televisión comenzó a grabar lo que estaba pasando en el centro de la ciudad y los alertó a ellos.

Carretera Nacional 340 cerca de los estudios de Canal Sur. Carretera Nacional 340 cerca de los estudios de Canal Sur.

Carretera Nacional 340 cerca de los estudios de Canal Sur. / Ayuntamiento de Málaga

“Empecé a ver cómo venía el agua, llegando como un río, casi como un tsunami, cómo circulaba por toda la vía, llegando hacia donde estábamos”, recuerda Juan Luis Navarro. La docena de trabajadores que permanecían en el turno de tarde se subieron a la planta alta. También los del bar Casa Bravo, que trajeron embutidos y algo para comer previendo que el aislamiento iba a ser largo. Hasta la tarde siguiente no pudieron salir y cuando llegaron al aparcamiento sus coches estaban de barro y agua hasta casi los asientos.

“Esto no se olvida nunca”, afirma Navarro y recuerda cómo en los días posteriores intentaban visitar las zonas más afectadas para conseguir testimonios. “Íbamos en un Land Rover y el agua nos llegaba al parabrisas, los camiones militares, las lanchas y los autobombas de bomberos eran la única forma de llegar aquí”, señala el periodista a quien no se le borra la imagen de ver la N-340 como un aparcamiento, con decenas de coches dejados por sus dueños para ponerse a salvo.

Sergio Cuberos, testigo del desastre en los polígonos

A poca distancia de allí, en el Polígono Santa Teresa, también se quedó atrapado Sergio Cuberos, presidente de la Asociación de Polígonos y dueño de Maskom. Estábamos en nuestra nave, de unos 7.000 metros cuando el agua fue entrando por los inodoros, por la calle Torre del Mar y la calle Malta, por delante y por detrás de la nave”, explica Cuberos.

Unas treinta personas estaban trabajando cuando el nivel del agua comenzó a subir y alcanzó el medio metro. “La gente se subió a la oficina, que estaba en alto, otros se encaramaron a las máquinas, papeles, mercancías, maquinaria, todo se mojó, fue un desastre”, recuerda el empresario y destaca lo mal que lo pasaron para recuperar la actividad.

“No pudimos salir de allí hasta que no nos rescataron esa tarde, hasta que no llegaron con un camión de bomberos y una zodiac”, cuenta Cuberos y destaca que hasta la media noche no se pudo evacuar totalmente la nave. “Afortunadamente no sufrimos daños personales pero se pasa mucho miedo, te sientes impotente, no sabes cómo actuar ante algo tan desconocido, nos quedamos sin teléfono porque el cable se cayó, no podíamos comunicarnos con la familia”, sostiene. Al menos, un generador les dio luz hasta última hora y aguantaron como pudieron.

A su alrededor el panorama era dantesco. Todas las calles del Polígono Guadalhorce y Santa Teresa estaban inundadas, el acceso era imposible. “Fue una vivencia de las que no deseo a nadie”, apunta Cuberos, que tardó un mes en recuperar la normalidad. “Para que los mayoristas no se quedaran sin nuestro servicio nos tuvimos que abastecer de otros proveedores”, indica.

José Damián Ruiz Sinoga, con ojos de experto

El catedrático de Geografía Física de la UMA José Damián Ruiz Sinoga estaba en el despacho de Fernando Arcas, en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando se desató la tromba. “El cielo estaba de color caldera, con unas nubes espectaculares y mucho componente de sal, el tendido eléctrico pegaba unos chispazos tremendos y cayendo una tromba monumental”, recuerda.

Hasta unas cuantas horas más tarde no pudo llegar a casa porque toda Málaga había quedado sumida en el caos. Los padres acudían nerviosos a los colegios a recoger a sus hijos y los que tenían a familiares trabajando en las zonas más afectadas vivían con angustia las primeras horas sin tener apenas noticias.

El polígono Guadalhorce totalmente anegado. El polígono Guadalhorce totalmente anegado.

El polígono Guadalhorce totalmente anegado. / Ayuntamiento de Málaga

“No fue solo una tromba de agua sino la sucesión de una serie de lluvias que provocaron que el suelo estuviese totalmente saturado”, explica el experto. “Los suelos sobre los que se asienta la ciudad tienen un componente de arcilla muy alto y éstas son rocas muy impermeables, les cuesta mucho tragar el agua y cuando lleva varios días seguidos se saturan, así que todo lo que llueve, sea mucho o poco, no se infiltra y se queda en la superficie”, añade Ruiz Sinoga.

“Era una ciudad que no estaba preparada en absoluto para digerir esa cantidad de agua”, estima el catedrático. “Se produjo una invasión de caudales derivados de escorrentías en zonas urbanas”, dice y señala arroyos como el de las Cañas y el arroyo del Cuarto, que dejaron toda la zona de Huelin, la explanada de la Estación, Cuarteles y Salitre anegadas.

“El Guadalhorce bloqueó el puente de la Azucarera, que era el único que había, así que circulación oeste-este quedó cerrada. La Paz y La Luz, Las Delicias, se inundaron totalmente”, añade y destaca que “la situación fue catastrófica, mucho suelo estaba sellado por las calles y el sistema de evacuación de pluviales era insuficiente, José Asenjo, que estaba de concejal de Urbanismo, acometió toda la red de saneamiento posterior”.

Fausto Polvorinos, jefe de predicción de meteorología

El que ha sido hasta pasado año jefe de predicción de la Aemet en Málaga, Fausto Polvorinos, llegó a la ciudad un año antes. Ese otoño era uno de los primeros del Previmet, el plan que desarrolló el Instituto Nacional de Meteorología ante las posibles lluvias intensas otoñales en la Cuenca Mediterránea.

“Pocas veces había visto llover con tal intensidad anteriormente”, destaca y comenta que “no pude salir del aeropuerto hasta la mañana siguiente, porque como muchas personas que trabajaban en los polígonos quedamos aislados”. Ese mes, destaca el meteorólogo, ha sido hasta ahora el más lluvioso desde 1942.

El 22 de noviembre casi un millar de militares se desplazaron a la capital para trabajar en la reparación de los daños. Las unidades especiales tuvieron que abrir zanjas para desaguar y proteger las viviendas que había junto al río. La zona este se quedó sin agua potable, algo que consiguieron subsanar con el Teorema de Bernoulli. “La ciudad tuvo agua gracias a Antonio Salas, el responsable de los Servicios Operativos, hicimos el teorema de los vasos comunicantes en un pantano, con una lancha y lloviendo”, comenta el ex concejal Francisco Flores.

Ocho personas fallecidas y millones en pérdidas

Y si el miedo a verse arrastrado por la corriente, la impotencia de no saber cómo actuar, el temor a quedarse sin luz y sin agua corriente y la rabia de ver mucho patrimonio destruido fueron sentimientos compartidos por toda una ciudad, la desgracia de la pérdida llegó a los familiares de las ocho personas fallecidas.

El 14 de noviembre murieron dos personas en su casa al sorprenderles el agua. Al día siguiente otras tres, entre ellos un joven en la barriada de La Concha que se sujetó a un camión y fue arrastrado por la corriente. El 17, un agricultor murió al intentar cruzar el río Campanillas. El 26 de ese mes también murió una mujer en la zona este y 24 horas después lo hizo la última víctima mortal, un hombre que pernoctaba en la calle. Es el desolador balance de las inundaciones que dejaron su marca en 1989.

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