¿Dónde está la torre del puerto?
Calle Larios
¿Por qué no la muestran? ¿Por qué contratan a un arquitecto con la categoría de estrella internacional para que, a la hora de presentar el proyecto al público, nadie pueda ver nada? ¿Qué están ocultando exactamente?
Málaga y la saturación parcial

Málaga/Hace un par de meses volví a París después algo más de una década y me sorprendió ver a los trileros haciendo de las suyas en los enclaves de mayor afluencia turística, especialmente el entorno de la Torre Eiffel. Desconozco si las leyes francesas prohíben tal actividad, pero, de cualquier forma, allí estaban. Lo llamativo del asunto es el teatrillo que montan los estafadores: alrededor de sus tinglados, en los que hacen deslizar de un lado a otro las pelotitas de goma atrapadas bajo los recipientes opacos, se disponen siempre pandillas de seis o siete cómplices que se hacen pasar por jugadores (es fácil advertir, cuando vuelves a pasar por uno de estos puestos horas después de la primera vez, que los cómplices siguen siendo los mismos). Vale la pena detenerse un segundo para contemplar cómo la maquinaria se pone en marcha: de entrada, el trilero luce en la mano un buen fajo de billetes de cincuenta y de cien, que se note que aquí hay dinero y jugamos en serio. Llegado el momento de la partida, el trilero se guarda el fajo en el bolsillo, se pone manos a la obra y los cómplices hacen sus fingidas apuestas. Entonces, la bola se desliza más bien despacio, a una velocidad discreta, pero los presuntos jugadores fallan invariablemente a la hora de señalar bajo qué cubilete se esconde. Si, para entonces, sigues mirando, el trilero se va a dirigir a ti y te va a preguntar si juegas. Has visto perfectamente en la partida anterior la ubicación de la bola y cómo el cómplice ha fracasado. Cuando el trilero levanta los recipientes, la pelotita roja de goma está justo donde tus ojos te indican. El hombre vuelve a sacar los billetes del bolsillo. No puede haber manera más fácil de ganar cincuenta euros. Es el momento de retirarse. Si aceptas el ofrecimiento, la bola circulará a una velocidad mucho mayor y el trilero sabrá cómo burlar tu atención. Tu dinero acabará en su bolsillo junto con los demás billetes. En fin, todo el mundo sabe cómo funciona el trile, pero resulta ilustrativo verlo en directo. Si en algo se parece a la magia es en la habilidad necesaria para que creas que has visto una cosa cuando, en realidad, lo que ha pasado ante tus ojos es otra muy distinta.
Ahora, imaginemos que un grupo promotor y un fondo de inversión se alían para construir un rascacielos para su uso hotelero en un entorno tan sensible en lo urbanístico, lo histórico y lo medioambiental como el puerto de Málaga. El Gobierno municipal apoya sin fisuras la iniciativa y facilita la disposición del suelo público para su elevación. A medida que pasan los años se aventuran distintas posibilidades para el edificio, especialmente en lo relativo a su altura, aunque todo apunta a que se aprovecharán los 150 metros que permite la normativa. Hay una notable respuesta contraria al proyecto por parte de la ciudadanía, con plataformas y recogidas de firmas, así como informes que recomiendan la instalación de de la torre en otro espacio menos vulnerable por parte de instituciones como el Icomos de la Unesco y la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. El proceso sigue, no obstante, su curso: sus promotores prometen inversiones y puestos de trabajo a raudales. Apeado el primer arquitecto contratado, el dispositivo ficha a un arquitecto de relevancia internacional, David Chipperfield, ganador del Pritzker. Llega al fin el día señalado de la presentación para que los ciudadanos vean el diseño del edificio, para el que se anuncia una altura de 144 metros (da igual, serán 150). En las infografías vemos el entorno ajardinado, el paseo virtuoso que conectará el hotel con el centro, la posición ya conocida que ocupará la torre respecto a la ciudad pero, ¿y la torre? Apenas una presencia efímera, apuntada, sugerida tras una especie de bruma evanescente. En la pequeña maqueta que trae el arquitecto ves todo el puerto, las mismas conexiones, un entorno a lo Battery Park, muy lindo, pero el hotel es apenas un monolito insignificante en el conjunto. ¿Dónde está la torre del puerto? Cuidado: crees verla, está ahí, la tienes delante. Pero, en realidad, no la ves. No hay torre que valga.
Y comprendes entonces que, como el trilero, lo que han hecho es desviar tu mirada, driblar tu atención. Esperabas un primer plano de la torre y te ofrecen un plano general del entorno hasta abarcar la ciudad misma. El arquitecto canta las calidades del proyecto únicamente en clave horizontal: la iniciativa pretende recuperar espacios para el esparcimiento público y conectar el puerto con el centro de la ciudad, y entonces uno se pregunta si el centro y el puerto no quedaron ya conectados cuando se tiraron abajo la valla y el silo; si, en caso de no haber sucedido esto, qué fue lo que pasó entonces; si no se tratará más bien de armonizar el traslado de los turistas al corazón de la ciudad para evitarles la impresión de que los han mandado a un erial dejado de la mano de Dios, pagado al precio de cinco estrellas gran lujo. Por ningún lado aparece la verticalidad de los 150 metros que reducirá el litoral de Málaga a un chiste malo, como si nunca hubiera valido la pena, pero está ahí, o eso crees, la das por sentada al menos, y a lo mejor ya no te parece tan mal, mira en las infografías a toda esa gente que pasea tan feliz. Y aceptas. Y juegas. Para entonces, el dinero con el que contribuyes, el patrimonio natural que representa mejor a tu ciudad y su identidad misma ya no están en tus manos. Y ni siquiera has visto la torre. Aunque creías haberla visto. Porque, cuando la veas de verdad, ya sin infografías de por medio, volverás a preguntarte cómo ha sido posible, en qué momento exacto te engañaron, igual que otras tantas veces. Si no es una estafa, se le parece demasiado. Podríamos preguntarnos igualmente qué es lo que ocultan, por qué dicen que van a presentar la torre para no enseñárnosla, para hacernos mirar a otro lado, pero de este guindo, aunque sea más alto, ya nos habíamos caído antes. Y también, de paso, podríamos preguntarnos si Málaga se merece este maltrato. Pero es demasiado tarde. El dinero siempre acaba en el mismo bolsillo. Si no, no habría juego.
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