Cultura

"Lo ideal es que el público salga del teatro con un peldaño más de humanidad"

  • Tras el éxito de 'La cena' y después de haber encarnado a Stalin, el mejor amigo español de Brisville regresa a Málaga para representar en el Auditorio de la Diputación el 'Encuentro de Descartes con Pascal joven'

El 24 de septiembre de 1674, un Descartes de 51 años que se disponía a partir a Amsterdam bajo la protección de la reina Cristina de Suecia y un Pascal de 24 que atravesaba una profunda crisis existencial después de haber inventado la máquina aritmética mantuvieron un encuentro en París. De aquella entrevista no quedó constancia por parte de ninguno de los dos pensadores, pero el dramaturgo francés Jean Claude Brisville la imaginó en su obra Encuentro de Descartes con Pascal joven. El maestro de la escena española Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939), que ya había adaptado a Brisville en La cena, hace lo propio con este texto, acompañado esta vez sobre las tablas por Albert Triola. Hoy presenta este trabajo a las 20:30 en el Auditorio de la Diputación.

-¿Lo suyo con Brisville puede considerarse un idilio?

-Sí. Siento por él una profunda admiración. Brisville me conquista continuamente por su talento, por cómo cuenta lo que cuenta. El teatro es esencialmente verbo, una historia que se dice, y él cuida el fondo y la forma. Lo hace con un sentido especialmente alto del lenguaje, sin que por ello la expresión parezca artificial, de cartón piedra. En sus textos el lenguaje fluye, y mucho más si añadimos la excelente traducción de Mauro Armiño. Fíjate que el mismo Brisville me contaba sobre su obra que había optado por un Descartes que hablara un francés contemporáneo, y que para lograrlo se había inspirado en Racine. Tiene muy claro que en sus obras la gente no debe hablar como en el metro; para escuchar algo así no haría falta ir al teatro.

-¿Representa este lenguaje tan depurado el mejor puente para alcanzar al espectador?

-Sí. El diálogo entre Descartes y Pascal logra conectar con cualquier espectador, sea cual sea su condición social o económica. A nuestras funciones asisten tanto catedráticos como estudiantes y trabajadores del más amplio espectro, y a todos les gusta. De hecho, hay tantas interpretaciones posibles como espectadores. No se trata de un teatro didáctico, no hay intención alguna de rebajar ni aligerar nada. La conexión se da en el placer por asistir al encuentro de dos pensadores geniales que vivieron al margen de la sociedad de su tiempo. En una Europa condicionada por todas partes por el catolicismo, Descartes decide marcharse a Amsterdam porque entiende que es el único sitio en el que puede pensar libremente. Y Pascal, que tiene 24 años y que a los 16 años había inventado la máquina aritmética, reclama una Iglesia no comprometida con el poder político, por lo que de inmediato su nombre es incluido en el Índice. Ambos se encuentran y discrepan sobre la vida y sus respectivos conceptos. Se oponen pero debaten. En el fondo, la obra es una lección de escucha.

-A pesar de las múltiples interpretaciones posibles, ¿a qué conclusiones llega Brisville?

-El texto abre varias puertas y presenta diversas lecturas. Una, evidente, es que ambos pensadores podrían haber llegado mucho más lejos en su compromiso intelectual si no hubiese existido la censura, lo que a su vez permite una interpretación sobre la época actual, marcada por la autocensura. El encuentro representa cómo la inteligencia humana siempre es reprimida, y permite aventurar lo que ocurriría si no fuese así. De hecho, Descartes y Pascal llegan a prefigurar lo que tres siglos después sería la teoría de la relatividad de Einstein. Hay también, claro, una reflexión sobre la tolerancia, sobre el miedo a los fanatismos, y la relación entre el conocimiento adquirido gracias a los años y la pasión por saber que se esperaría de toda juventud.

-¿Le pedía el cuerpo meterse en la piel de Descartes después de haber encarnado a Stalin en la obra Una ejecución ordinaria?

-Así es. Me apetecía interpretar a un hombre que no sólo tuviera ideas tolerantes, sino que además las aplicara. Encarnar al monstruo está bien, es bueno hacerlo de vez en cuando, pero pesa demasiado.

-Por descabellada que parezca esta pregunta, ¿qué conexiones podría establecer entre Descartes y Stalin, usted que ha construido ambos personajes?

-No se me ocurren muchos nexos más allá del soporte, en este caso. Descartes fue un humanista absoluto y Stalin no lo fue en modo alguno. Eso sí, ambos sabían latín. Quizá el hecho de que los dos fueran educados por curas demuestra que una educación religiosa no es garantía de buenos frutos.

-¿Ha sido la reacción del público español la que esperaba usted ante una obra como El encuentro?

-Ha sido mucho mejor. Siempre he comparado esta obra con la música de cámara, con un concierto de violín y violonchelo, más minoritario y exquisito que la música sinfónica. Pero resultó que, en el estreno, tuvimos el Teatro Español lleno hasta la bandera durante varios días. Eso me encanta. Después de cada función que hacemos llamo a Brisville y le cuento cómo ha ido. Él se regocija especialmente, porque en Francia la obra sólo se representó en salas pequeñas.

-¿Cree entonces que hay una demanda social de obras de arte de carácter humanista?

-Sí. En esta sociedad, donde todo está enlatado, la gente quiere tener contacto con elementos vivos, y disfrutar de contenidos que vayan más allá de efectos deslumbrantes. Por más que se niegue, existe la necesidad humana de un alimento espiritual e intelectual. Por eso, lo ideal es que el público salga del teatro con la sensación de haber ascendido un peldaño en lo que a humanidad se refiere.

-¿Comparte usted las apreciaciones que se refieren a la actual como una época dorada del teatro?

-Eso dicen las encuestas. No sé si tendrán algo que ver la crisis o la calidad de los espectáculos. Prefiero pensar que la gente ha comprendido que la emoción que despierta el trabajo de un actor en directo no puede compararse con ningún producto enlatado, sea una película, sea cualquier otro medio de expresión artística. Quizá se ha creado al fin la necesidad y la gente sale al teatro para satisfacerla. Ojalá.

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