Entre bambalinas

Hágase la luz

La Virgen de los Remedios, en procesión.

La Virgen de los Remedios, en procesión. / J. L. P.

Por fin llegó el Adviento. Hoy más que nunca hacía falta que se acabase este tiempo ordinario, el más extraordinario de las últimas décadas, puesto que poco más se podía arrancar al ciclo marcado por la pandemia. Para la Iglesia llega el momento de volver a encender las velas de la corona. Una por cada semana. Con su simbolismo, su tradición y sus colores. Una bienvenida discreta, hoy más que nunca.

En medio de esa ciudad triste, nublada, recubierta por un extraño silencio y rodeada de descuentos extraordinarios del Black Friday, con el debate sobre las perspectivas gráficas en boca de muchos y portadas de todos, algo rompe el orden establecido: en la puerta de una iglesia de los Santos Mártires aún clausurada por las obras, una ráfaga de incienso –Tres Reyes, sin duda- despierta el sentido de lo que falta. En medio de esta rara realidad, de la imposible normalidad, aparece un rastro de las procesiones que nunca vinieron.

Los cofrades siguen soñando, como decía hace unos días el bueno de José Miguel Ramírez, con “el alumbrado que más me emociona” y el que “quiero que pronto se encienda”, mientras la Virgen de Gracia aparece iluminada por su candelería en la noche del Martes Santo. Y mientras en calle Larios vuelve la Navidad más artificial, de purpurina y bombillas con el soniquete rimbombante de canciones horteras en inglés –un mal gusto pagado por todos, por cierto-, en los templos y capillas se respira un poquito de autenticidad. La espera, que se volverá esperanza a mediados de diciembre, se transforma en luz de velas porque así aprendimos a iluminar el camino. Con una dosis de verdad, de fe desmoronada pero siempre fuerte. Con la misma responsabilidad de no hacer cuanto queremos, sino cuanto debemos.

No somos pocos los que echamos de menos las procesiones. Probablemente porque nos hacen sentir parte de un todo cargado de autenticidad, por muy paradójico que parezca cuando hay expresiones tan impostadas. Por eso, la venida del Adviento nos pilla este año más necesitados que en otras ocasiones de un periodo de reflexión. Buscando acudir a ver un portal de Belén y encontrarnos al Niño para admirarlo. A que sea por ahora esa la luz que nos llame más a volver a tener ilusión. A la humildad del pesebre.

Por tanto, llamemos hoy a la fraternidad, a la ilusión, la responsabilidad colectiva y la ternura para que vengan a convertirse en cirios de la corona de Adviento. Que sean nuestra meta para que la próxima Semana Santa, aunque sea sin procesiones, se pueda vivir desde la perspectiva de ser cofrades, aunque debamos reservarnos los abrazos para unos meses más. Que se alegre la tierra y se inunde de la eterna luz.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios