
La Rayuela
Lola Quero
Seguir al líder al despeñadero
Cuchillo sin filo
EL Rey saliente debería ser bético. El Betis le salvó de una buena el 25 de junio de 1977. Un día antes celebró su onomástica por primera vez con los partidos políticos legalizados. Los que ganaron la final de la primera Copa del Rey al Athletic de Bilbao siguen viéndose 37 años después el último viernes de mes en el restaurante Cambados. Dentro de dos viernes, pasarán lista y no estará Sebastián Alabanda. Paisano simbólico por las dos temporadas que pasó en el Valdepeñas.
Alabanda rima con Holanda y en este hilo de Ariadna del Mundial que empieza como acabó, con el recuerdo de Andrés Iniesta batiendo al portero de apellido impronunciable y alzando la camiseta con su homenaje a Dani Jarque, veo a este cordobés senequista, hombre tranquilo sin John Wayne, maestro de ceremonias en los conciliábulos de Cambados, en cierta forma hermano mayor de muchos de ellos.
El fútbol es una tela de araña. Alabanda nació el año del primer Mundial de Brasil 1950, el del gol de Zarra -y Matías Prats- a Inglaterra, el del maracanazo de Uruguay a los anfitriones. Y ha muerto un par de días antes de que volviera el Mundial a su tierra prometida, donde los futbolistas le hacen el pasillo a la chica de Ipanema.
Lo primero que habrá hecho Alabanda allí arriba habrá sido preguntar por Pepe Guzmán para agradecerle esa suerte de inmortalidad que cuatro décadas después tiene su pirueta de cronista balompédico: no le chillen a López que sacan a Alabanda. El cielo está Alabanda, robándole el anacoluto al título del libro de relatos de Hipólito G. Navarro. El cordobés fue el único al que descartó Kubala cuando hizo la lista definitiva de los que fueron a Argentina 78. El último Mundial en Sudamérica. Sí fue a la recepción que les dio Juan Carlos I en la Zarzuela por la épica clasificación en Belgrado. El día del botellazo de Juanito, el pase imposible de Cardeñosa y el gol de Rubén Cano, nuestro Diego Costa de antaño.
El Betis bajó a Segunda, como ahora, y Kubala se llevó a Cardeñosa y a Biosca. Alabanda debió ir, aunque sólo fuera para estorbar al tronco Amaral y dejar expedito el camino al balón del Flaco en la meta de Brasil. El país cuyos dos Mundiales delimitan la vida de este buen tipo que probó las mieles del éxito "antes de que los ángeles pecaran", por usar las palabras de Bernanos con las que le abrí la puerta a la biografía de su ahijado Gordillo.
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