Batalla de perdedores

Nadie parece haber pensado en qué podrá pasar al día siguiente de que cese el fragor de la batalla

La impresión que da el virulento enfrentamiento que ha estallado en el seno del PP es la de un caballo desbocado que cabalga hacia un precipicio. Normalmente, cuando se produce este tipo de confrontación se supone que existe un beneficio claro que conseguir y una pensada táctica para alcanzarlo. Pero en el estallido del pasado jueves parece que el único objetivo que se pretende entre los dirigentes populares es el de causar el máximo perjuicio al adversario sin que nadie se haya preocupado en hacer una evaluación de los daños propios que pueden producirse. Solo el deterioro del contrario es el objetivo. Planteada así la disputa está claro que estamos ante una batalla entre perdedores en la que nadie conseguirá ningún beneficio salvo la satisfacción de ver el mal que le ha causado a su enemigo.

Por orden de aparición en el espectáculo, el alcalde de Madrid, que en un alarde de cinismo olvidó su responsabilidad de portavoz de la dirección nacional de su partido para hablar solo como edil, empeñó su palabra en que nadie en el Ayuntamiento había montado una operación de espionaje para, al caer la tarde, tragarse sus propias palabras y cesar a uno de sus más directos colaboradores por esa causa. Daño sin beneficio alguno.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, en un ejercicio de victimismo, acusó a Pablo Casado de todas las maldades posibles, aunque para ello tuviera que reconocer que su hermano cobró comisiones como intermediario en una compra de material sanitario realizada por su propio Gobierno. Este público y solemnizado reconocimiento le causa a la presidenta un deterioro irreparable y significa una herida de la que difícilmente se repondrá. La dirección nacional, en su obsesiva confrontación con Díaz Ayuso, ha tenido que reconocer que desde hace meses conocía las supuestas irregularidades y que las mantenía en la recámara como elemento de presión ante la presidenta, dejando en entredicho su escasa credibilidad en su pretendido papel de vigilante de la ética política de la organización.

Todo ha venido a estallar en unas pocas horas en lo que parece un ataque de ceguera momentánea y en la que nadie parece haber pensado en qué podrá pasar al día siguiente de que cese el fragor de la batalla. En este Campo de Agramante en que han convertido al PP los destrozos son tantos y tan profundos que va a ser muy difícil recomponerlos y esa será una tarea en la que posiblemente no estarán ninguno de los actuales causantes del estropicio.

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