Ignacio Asenjo

Retrato de China en dos brochazos

la tribuna

DECIR que China es un país complejo es una obviedad. Para entenderlo, solemos recurrir a estadísticas o a análisis estructurales. Sin embargo, después de haber tenido la suerte de vivir allí durante tres años, creo que el único modo de empezar a descifrar China es conocer a su gente. Por ejemplo, las vidas totalmente opuestas de dos jóvenes chinos nacidos en 1987 pueden darnos una idea más precisa del estado actual de ese país que una larga serie de datos.

Les presento a Bo Guagua. Guagua pertenece a la llamada "aristocracia roja", pues su abuelo tuvo un papel prominente durante la revolución comunista. Como tantos otros compañeros de Mao, fue humillado y depuesto de sus funciones durante la Revolución Cultural de los años sesenta y setenta y recuperado para la vida pública en los ochenta por Deng Xiaoping. Hasta hace muy poco, el padre de Guagua, Bo Xilai, había tenido una carrera brillante como jefe local del Partido en diferentes ciudades y regiones y como ministro de Comercio.

A los 12 años, Guagua fue enviado a Inglaterra a estudiar en colegios de alto nivel para finalmente entrar en Oxford. Allí llevó una vida tan disipada, entre las juergas y los caprichos caros, que fue suspendido por razones disciplinarias, a pesar de las presiones ejercidas por diplomáticos chinos. Guagua tuvo pues que repetir sus exámenes y tardó un año más de lo normal en graduarse.

Después de Oxford, fue aceptado en 2010 en el Máster de Política Pública dispensado por la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Durante su tiempo allí, Guagua hizo gala de su ostentoso estilo de vida a través de las redes sociales, donde se encontraban fotos de él rodeado de chicas, borracho o codeándose con Jackie Chan. Este exhibicionismo fue muy mal recibido en China, en particular por parte de los jerarcas del Partido, que exigen un máximo de discreción por parte de sus representantes y los familiares de estos.

Pero el problema central es que su padre no podía costear el tren de vida de su hijo con los 16.000 euros anuales que ganaba. Muy abierto a la influencia extranjera, Bo Xilai siempre se ha esforzado en atraer inversores chinos y extranjeros, que pasaban con frecuencia por el bufete de abogados de su mujer y madre de Guagua, Gu Kailai.

Pero hace dos meses su padre, Bo Xilai, fue depuesto de sus funciones políticas, a raíz de un escándalo que arrancó con la muerte por envenenamiento de un inglés. La madre, Gu Kailai, es la principal acusada: estaba convencida de que el británico quería matar, por un conflicto de negocios, a su hijo, quien pudo jugar un papel activo en los tejemanejes de su madre. En estos momentos, todo indica que tanto marido como mujer acabarán en la cárcel. Este inmenso infortunio ha cambiado radicalmente la vida de Guagua, que ha pasado de chico de oro a paria internacional.

En el otro extremo del escalafón social, Liu Qingmin, o simplemente Min, una de las protagonistas del magnífico libro-reportaje de Leslie T. Chang, Chicas de Fábrica (RBA). Min dejó su pueblecito natal en la provincia de Hubei en 2003, con 16 años, por la próspera ciudad de Shenzhen en el sur del país, a unos 900 kilómetros. Se unía así al masivo movimiento de migración interna: en 2011, 220 Millones de personas, el 16% de la población.

Hija de agricultores pobres, segunda de cuatro hermanos, Min consiguió un trabajo como obrera en una línea de producción. Trabajaba 13 horas al día, todos los días excepto algunos sábados por la tarde y, como todo el mundo, comía y dormía en la fábrica. Ganaba el equivalente de 50 euros al mes y envió a sus padres 375 euros en diez meses. Pero Min tenía ambiciones y acudía a clases nocturnas de informática y dactilografía.

En enero de 2004, Min consiguió un trabajo de oficina, como administrativa en una fábrica de componentes electrónicos. Pero fue a finales de 2005 cuando dio el gran salto cualitativo: gestora de compras en una fábrica. Ganaba el equivalente de 150 euros, el triple que en su primer empleo dos años antes. Sobre todo, conseguía entre 750 y 1.250 euros adicionales en forma de comisiones clandestinas: era habitual que los proveedores pagaran el 10% del pedido en comisiones, una práctica que Min heredó.

Min se convirtió en la principal fuente financiera de su familia, a pesar de que ya guardaba para sí la mayoría de sus ingresos. Al contrario que ella, su hermana pequeña pudo ir a un instituto gracias al dinero que le enviaba. En el verano de 2006, Min pasó dos semanas en su pueblo, compró un televisor nuevo, un lector de DVD y dio a su familia 700 euros. A su padre, le regaló una camisa de 10 euros, la más bonita que él había tenido nunca. Mientras su hija estuvo allí de visita, se la puso cada día, en su honor.

stats